Conciudadanos:
Una doble emoción me domina, en este momento de dialogar de nuevo, de viva voz, con el pueblo venezolano.
Emoción
de quien soñó con esta hora, y la esperó sin impaciencia, seguro de que
habría de sonar. La hora de comparecer ante el tribunal de la opinión
venezolana, a rendirle cuenta de la labor cumplida por nuestro sector
político, de 1937 a esta fecha.
Dijimos y
prometimos, en aquellos turbulentos días de 1936, de nuestra resolución
de mantener reivindicaciones populares y nacionales, fueren cuales
fuesen las circunstancias en que se nos colocara. Y aquí estamos de
regreso de un duro recorrido, sin engreída jactancia, pero con la
orgullosa satisfacción de haber sabido ser dignos de la fe depositada y
consecuentes con el compromiso contraído.
La bandera que se nos entregó, en aquellas tumultuosas jornadas multitudinarias del despertar nacional, ha seguido flameando, sin que nada, ni nadie, la haya mancillado. Extendemos al aire sus alegres colores, en esta tarde inolvidable, enarbolándola con manos más seguras, por la experiencia acumulada y la madurez adquirida.
Nos
reincorporamos a la actuación pública sin rencores personales contra
nadie, menos impulsivos que ayer, compenetrados mejor de la realidad
venezolana, más saturados del sentido de nuestra responsabilidad social.
Empero, animados de la misma pasión de justicia, de la misma fe en
Venezuela, de la misma vocación democrática, de la misma convicción
profunda de que el pueblo será el principal artífice de una patria
lograda, que dio sentido a nuestra labor política en el ya histórico
1936.
Hablé de una doble
emoción. La otra proviene de saberme participando en un acto que dejará
huella profunda en la vida nacional. De un acto que recogerá en sus
páginas la historia contemporánea de Venezuela, esa que estamos
escribiendo, con nuestras miserias y grandezas, los hombres y las
mujeres de esta tierra.
Imagino la escena,
que sucederá dentro de cincuenta años, en una población agraria de los
Andes, forjada al arrimo de una potente planta hidroeléctrica, en una
población donde en vez de los garajes para autos de lujo que se
multiplican en Caracas, habrá garajes para tractores; o bien, en una
ciudad industrial de la Gran Sabana, construida en la vecindad de las
chimeneas de los altos hornos, donde obreros venezolanos estén
transformando en materia prima para las fábricas venezolanas de máquinas
esos mil millones de toneladas de hierro que en sus entrañas guarda,
hoy inexplotadas, la Sierra del Imataca.
Imagino
la escena que se desarrollará en una y otra de esas ciudades
venezolanas del futuro. La escena de un niño venezolano -de mi nieto, o
del nieto de cualesquiera de los asistentes a este mitin, en todo caso
del nieto de un venezolano de hoy- que gangoneará, can esa voz vacilan
te de todos los niños cuando aprenden su lección, un párrafo del manual
de historia de Venezuela, que diga así:
El 13
de septiembre de 1941 es una fecha gloriosa en los anales de Venezuela,
porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido Acción
Democrática. Porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido
que inició la segunda independencia nacional, y contribuyó,
decisivamente, al avance, prosperidad y dignificación de la
República...
Y no estoy haciendo una frase
retórica. No he apelado a una argucia de orador, para arrancar esos
aplausos que acaban de estallar. Eso hubiera sido irresponsabilidad, y
entre mis muchos defectos, tengo una cualidad: la de ser hombre
responsable y sin concesiones a la demagogia. Digo lo que siento y me
brota de lo profundo de la conciencia. La convicción de que este Partido
ha nacido para hacer historia. Nace armado de un Programa que
interpreta las necesidades del pueblo, de la nación...; de un programa
realista, venezolano, extraído del análisis desvelado de nuestros
problemas, porque nosotros podremos ser partidarios de que se importe
creolina -como acaba de decir Ricardo Montilla-, pero programas, no.
Nace
Acción Democrática asistido por la fe y la emoción multitudinarias del
pueblo, y lo comanda un equipo de hombres conocidos de toda Venezuela,
de bien ganada solvencia política y moral, al frente del cual como su
gonfalonero y conductor máximo, marcha Rómulo Gallegos. Marcha Rómulo
Gallegos, maestro de juventudes, profesor de civismo, el candidato
simbólico, o lírico, o como quiera llamársele, para la Presidencia de la
República en 1941. El mismo Rómulo Gallegos a quien en 1946, en las
elecciones de 1946, los votos y la decisión del pueblo venezolano
elevarán a la Primera Magistratura de la Nación.
En
la distribución de temas a desarrollar en esta asamblea, hecha por el
Directorio de nuestro Partido, me correspondió el capítulo de nuestro
programa sobre economía nacional. Tema tan vasto y complejo tendré que
esquematizarlo, por cuanto supongo al auditorio lógicamente fatigado.
Acción
Democrática reconoce y proclama que el más angustioso problema nacional
es el de la bancarrota de nuestra economía. Somos una nación
paradójicamente rica y empobrecida, una nación con un Estado que maneja
millones y una industria minera que cierra sus balances anuales con
cifras astronómicas. Y sin embargo, la mayoría de la población
venezolana está pauperizada y vive bajo el signo de la inseguridad y de
la angustia económica. Nuestro país, en 1941, es la negación de aquella
Venezuela de hace más de cincuenta años, de la cual pudo decir Cecilia
Acosta que en ella las bestias pisaban oro y era pan cuanto se tocaba
con las manos.
¿A qué se debe esta situación
de miseria generalizada, en un país sin deuda gubernamental externa y
con un Estado que ostenta el costoso privilegio de un presupuesto anual
de gastos señalado entre los más altos de América? ¿Cuál es la causa de
que un país como Venezuela, el que exporta más petróleo en el mundo y
figura en el tercer puesto en la escala mundial de producción de esa
pingüe riqueza minera, presente un cuadro tal de colectiva pobreza?
La
razón de ésta: nuestro país, económica y físicamente, está girando
alrededor de una sola fuente de riqueza: el petróleo; y los gobiernos
venezolanos no han sabido, hasta ahora, imprimirle un ritmo agresivo,
dinámico, a las otras fuentes de producción. En la medida en que ha ido
ascendiendo la explotación de oro negro, explotación que controla el
capital extranjero, se ha acentuado progresivamente la decadencia de
nuestra producción agrícola y pecuaria.
Vaya
dar algunas cifras, aun cuando sean breves, por cuanto ellas definen
mejor que las palabras, cómo es de alarmante nuestra depresión
económica.
Las exportaciones venezolanas se
mantuvieron, en la década 1920-1930 a un promedio de 130 millones de
bolívares, excluyendo petróleo y oro. Y en 1940, año en que terminó el
quinquenio del Gobierno anterior, la exportación de Venezuela,
excluyendo también petróleo y oro, fue de apenas 31 millones de
bolívares ¡cien millones de bolívares menos que hace veinte años! Y
conste que durante ese quinquenio de gobierno se gastaron, oficialmente,
cerca de dos mil millones de bolívares, pero no se aplicaron en la
debida forma a incrementar la producción agrícola, pecuaria e industrial
del país.
Claro está que esta decadencia de
la producción natural de Venezuela deriva del empirismo y
despreocupación ante los problemas vitales del país vigentes durante las
casi tres décadas de tiranía. Empero, los cinco años del régimen
anterior, desde el punto de vista del incremento de la productividad de
riqueza netamente venezolana, rectificaron muy superficialmente la obra
destructora cumplida por gobernantes divorciados del interés de la
nación.
Coincidiendo con esta bancarrota de
nuestra producción, crece de año en año el porcentaje de dólares
provenientes de compañías petroleras y auríferas que entran, como factor
decisivo, en la circulación de dinero dentro del país. En 1937, los
dólares provenientes de esas compañías cubrieron el 67 por ciento de las
necesidades de dinero de la nación. En 1940, al 90 por ciento del
circulante fue suministrado por esas mismas empresas. Lo que significa
que por cada 100 bolívares que circularon, 90 fueron aportados por
compañías mineras extranjeras, en concepto de impuestos, de sueldos y de
salarios por ellas pagados.
Y eso entraña un
doble peligro para nuestro país, que los avizora Acción Democrática,
vanguardia alerta de la nacionalidad. El doble peligro de que Venezuela
cifre su destino en una sola carta: la de la industria minera, una
industria que por naturaleza es perecedera, y la cual se agota cuando en
el subsuelo desaparece la veta aurífera, o el yacimiento de donde el
petróleo mana.
Y, además, la influencia
preponderante que en la vida económica y fiscal del país ejercen las
empresas, explotadoras de esas fuentes de riqueza minera, determina la
tuición de aquéllas, en una forma indirecta, pero no por eso menos
efectiva, sobre el rumbo político y social de la nación, porque manda en
la casa quien tiene la llave de la alacena.
Esta
bancarrota de la producción agrícola y pecuaria del país, unida a su
atraso industrial, es causa principal de ese problema que agobia a la
mayoría de la población: el del alto costo de la vida. Ya mi compañero
Montilla habló sobre el particular, pero quiero recalcar lo
recientemente dicho por los representantes de entidades científicas e
industriales extranjeras quienes recorrieron el país contratados para
investigar su situación económica. Me refiero a la Comisión Fax,
contratada por el Ministerio de Hacienda, y a la de los Ingenieros Ford,
Bacon y Davis, contratados por la Standard Oil.
Ambas
comisiones afirmaron, categóricamente, que el alto costo de la vida
determina una subalimentación del pueblo, y una consecuencial falta de
energía creadora en la mano de obra criolla. Calle, pues, la grita
reaccionaria, que achaca a flojera, o "sinvergüenzura", del trabajador
nacional el escaso rendimiento de su esfuerzo productor.
Esta
situación -pintada con brochazos realistas, y hasta tétricos, porque
nuestro Partido no viene a ponerse anteojos de suela, sino a ver la
realidad nacional con ojos claros y limpios- se ha agudizado con motivo
de la guerra europea.
El Fisco, que en 1939
obtuvo los mayores ingresos de la historia fiscal de la República, los
ha visto declinar progresivamente, en el curso de 1940 y en lo que va
corrido del 41. Carece de mercados seguros nuestra exportación, con todo
y ser tan precaria. Dejaron de traficar barcos mercantes de numerosas
banderas por los puertos de la República y cada día son más altos los
costos de los fletes. La industria nacional tiene dificultades para
adquirir materia prima y maquinaria extranjeras; y el comercio trabaja
preocupado por la inseguridad de los negocios y por los obstáculos que
confronta para adquirir mercancía de importación. Ha aumentado el precio
de cuanto compramos en el extranjero, casi todo lo consumido en el
país; y Estados Unidos, que en 1939 nos vendió 230 millones de bolívares
-el 75 por ciento de nuestras compras en el exterior- ha restringido
sus exportaciones para cumplir compromisos de guerra contraídos con
Inglaterra y Rusia.
Esta situación repercute
sobre la masa consumidora del país en forma de reajuste de los sueldos y
salarios de los empleados del Estado y particulares; y nuestro pueblo
sufre, de un extremo a otro de la República, las consecuencias de una
verdadera epidemia de desocupación, o está obligado a resolver el
insoluble problema de trabajar y ganar sólo durante dos o tres días de
cada semana, cuando los gastos familiares deben cubrirlos siempre por
semanas completas de siete días.
Ante este panorama desolado, muchos, por egoísmo o cobardía, alzan los hombros, y se limitan a decir: "Este país está perdido".
Nosotros,
los hombres de Acción Democrática, comprendemos los peligros que
entraña esa frase. Los "países perdidos" se los encuentra y se los coge
el primer aventurero audaz que se atreva a ponerles la mano,
especialmente en esta época en que ciertos "bandoleros internacionales"
-estigmatizados por el Presidente Roosevelt en su discurso de
anteanoche- están aspirando a pisar en amos sobre la superficie del
globo.
Nosotros, los hombres de Acción
Democrática, partido afirmativo y con fe en las reservas de la
nacionalidad, decimos que Venezuela no está perdida. Puede salvarse,
debe salvarse y se salvará. Su situación difícil será corregida, si en
los hombres y en las mujeres de este país -los que están en el gobierno y
los que estamos en la oposición- se afirma el sentido de la
responsabilidad hacia la tierra donde nacimos, y nos empeñamos todos en
hacerla tramontar la crisis económica y fiscal que la agobia, y la
ayudamos a salir de ella fortalecida.
Acción
Democrática dice, en su programa, que un país de las riquezas y
posibilidades económicas del nuestro no tiene por qué estar agobiado de
necesidades insatisfechas. Y que sólo se requiere la concertación de un
plan científico, audaz y bien elaborado de impulso a la producción
nacional para alcanzar una era de prosperidad.
Nuestro
partido considera que, en este propósito, el Estado venezolano tiene
una tarea central por realizar. Debido a las peculiaridades de nuestra
estructura económica, el Estado venezolano cuenta con disponibilidades
de dinero y con recursos de todo orden que le señalan como el pionero,
como el "baquiano", en esta tentadora empresa de la reconstrucción
nacional.
Dispone el Gobierno venezolano de
un presupuesto fantástico, de 300 millones de bolívares, que anualmente
consume una tercera parte de la renta nacional. Y este presupuesto,
invertido en una forma racional y honrada, serviría para impulsar la
economía pecuaria, agrícola e industrial del país; y como acicate y
estímulo para la actividad del capital privado. Pero para ello es
necesario, previamente, que se moralicen e higienicen las prácticas
administrativas del país. Para ello es necesario que dejen de figurar en
el presupuesto los sueldos de escándalo, y se supriman las obvenciones
inconfesables, y que el Capítulo VII pase a la categoría de pesadilla,
de un mal recuerdo en la memoria de este pueblo. Es necesario que se
aplique el termocauterio de la sanción sobre esa verdadera lepra de la
administración pública, que es el peculado. Y por último, que se cumpla
efectivamente la hermosa promesa -escuchada por este pueblo con profunda
emoción- hecha en memorable oportunidad por el actual Jefe del Estado,
de ser inflexible con quienes despilfarren dineros públicos, o se
apropien de ellos indebidamente.
Saneado el aparato administrativo, podría imprimírsele ritmo acelerado a la producción nacional.
Dinero
no faltaría. Ahí está la posible y necesaria reforma tributaria
realizada en forma tal que se disminuyan los impuestos descargados
actualmente sobre las espaldas dolientes del consumidor, y que se
trasladen parcialmente al menos sobre las espaldas bien fuertes de los
poseyentes de riqueza, especialmente de quienes mantienen congeladas en
los bancos, en forma de depósitos que no cumplen con la función social
del dinero, buena parte de las reservas monetarias de la República. Es
indudable que si la Administración Pública da ejemplo de austeridad en
el manejo de los fondos fiscales, y devuelve a la colectividad los
nuevos impuestos que cobre en forma de servicios de utilidad colectiva,
muchos de los ciudadanos no opondrían resistencia para satisfacerlos.
Y
queda otro impuesto posible, el mismo al cual se refirió nuestro
Presidente Gallegos, en su memorable discurso de Maracaibo. Me refiero a
la aplicación a las compañías mineras del artículo 11 de la Ley de
Arancel de Aduanas, en 1936, por el recordado Alberto Adriani. Ese
artículo faculta al Estado venezolano para cobrar, en casos de
emergencia como este confrontado actualmente por el país, un tributo de
hasta el 10 por ciento sobre el valor comercial de las exportaciones de
minerales. Cobrado ese impuesto, ingresarían al fisco nacional no menos
de 80 millones de bolívares anuales.
Ya
nutrido de dinero el fisco, debería darse al esfuerzo de estimular la
producción, especialmente la de la tierra. Empero, para hacer producir
la tierra se necesita de la tierra. Esta es una verdad de Perogrullo tan
grande, tan evidente, como aquella de que para hacer tortilla hay que
quebrar los huevos.
Y tierra está necesitando
y esperando este pueblo. Según los censos de la Dirección Nacional de
Estadística, en toda la República hay apenas 70 mil propietarios de
tierra. De esos 70 mil propietarios, la mitad se encuentra en los
Estados de la cordillera, dándose el caso de que en el Estado Táchira,
una de las escasas entidades federales del país donde existe difundida
la propiedad parcelaria, haya menor número de propietarios que en los
Estados del Centro y Oriente, de la República, tomados en conjunto. Es
interesante precisar que nuestro Partido no considera necesario para
realizar un ensayo de parcelación agrícola, confiscarle tierra a nadie.
Nuestro programa señala la forma cómo puede y debe el Estado proveer de
parcelas -y con ellas, del crédito barato y del implemento agrícola- al
hombre de nuestros campos. Ahí están las tierras confiscadas a la
sucesión Gómez, casi todas regentadas malamente por administradores que
se parecen un poco a los "coroneles" de ayer. Ahí están las tierras
ejidales y baldías, usurpadas por personajes influyentes de otras
épocas, esperando la remensura que las rescate para la nación y permita
ser mejor utilizadas. Ahí están innumerables haciendas abandonadas por
sus dueños, quienes viven en las ciudades, convertidas en barbecho
infecundo y aptas para ser transformadas en surco promisor de riqueza,
cuando el Estado las adquiera a su justo precio, y las ponga entre las
manos callosas de los agricultores que sueñan con una parcela laborable…
Y
estimular y apoyar, resueltamente, a la industria nacional. Consumir lo
que producimos y empeñarnos en producir cada vez más. Que tengamos
orgullo en andar vestidos con la tela que fabricó la mano de obra
nacional en la empresa textil de capital nacional; de curarnos con la
medicina que elaboró en los laboratorios nacionales, el técnico
nacional; de construir nuestras casas con las maderas que aserraron, en
las montañas venezolanas, los peones de Venezuela.
Y
realizada y coordinada e impulsada esta voluntariosa empresa de la
reconstrucción económica del país, por un Consejo de Economía Nacional,
previsto en la Constitución de 1936 y aún no realizado. Un Consejo de
Economía Nacional que entre sus primeras tareas tendría la de convocar
un congreso económico, en el cual estuvieran representadas todas las
fuerzas dinámicas del país. Todas las fuerzas que intervienen en los
procesos de producción y circulación de la riqueza, desde el industrial,
el agricultor y el comerciante hasta el trabajador manual e
intelectual. Y que surgiera de este Congreso económico un plan audaz y
armónico de producción nacional, que permitiera al obrero y al empleado
obtener trabajo bien remunerado, y abriera para el comercio, la
industria, la agricultura y la cría nacionales perspectivas
insospechadas de desarrollo y prosperidad.
También
debería abordar de inmediato ese Consejo de Economía Nacional uno de
los problemas más serios que tenemos en estos momentos: el problema de
nuestras relaciones comerciales con Estados Unidos. Al albañil que se
quedó sin trabajo, por haberse agotado en el país algunos de los
materiales de construc¬ción indispensables; al habitante de Valencia, a
quien se le dice cómo se han paralizado las obras del acueducto porque
no hay tubos: a mucha gente en Venezuela, que no sabe por cuál causa hay
crisis de quinina en un país de tal porcentaje de enfermos de
paludismo, debe explicársele cómo todo eso proviene de la imprevisión
del Gobierno anterior, al no almacenar cuando estalló la guerra,
reservas apreciables de tales productos, y a una situación especial
existente en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, en el
terreno comercial.
Antes de abordar esta
cuestión, es necesario precisar que Acción Democrática está plenamente
de acuerdo con la vigorosa y valerosa política antifascista del
Presidente Roosevelt. Somos partidarios de la coordinación eficaz de la
defensa continental, frente a posibles agresiones de potencias
extraamericanas. Cree nuestro Partido que a "la culebra de cascabel debe
golpearse por la cabeza antes de que nos agreda", y también que son
traidores a América quienes están preparando la luz verde del pase libre
-como gráficamente dijera en su más reciente discurso el Presidente de
los Estados Unidos- a los dictadores ensoberbecidos, quienes después de
aplastar a las tres cuartas partes de Europa aspiran a esclavizar al
mundo. Empero, esta solidaridad con la política antifascista de los
Estados Unidos, no significa que debemos silenciar nuestras aspiraciones
y reclamos nacionales.
Ya en este plano,
cabe decir que la política de "buena vecindad", cuyos aspectos políticos
positivos reconocemos, se ha traducido para Venezuela en muy precarios
beneficios económicos.
Mientras el Brasil ha
recibido, del Banco de Exportaciones e Importaciones Estadounidense, 25
millones de dólares en maquinaria y materias primas para incrementar su
industria pesada, a Venezuela apenas se le ha acreditado 200 mil dólares
para la Ganadería Industrial Venezolana, 3 millones de dólares para el
Banco Agrícola y Pecuario y 400 mil dólares para una famosa Sociedad
Anónima Hotelera Nacional que está construyendo en el barrio San
Bernardino, de Caracas, un hotel para turistas. De nuestra exportación
de café, que es de un millón de sacos anuales, Estados Unidos nos compra
apenas 400 mil sacos, y los otros se quedan sin mercado estable, no
obstante que somos uno de los principales clientes compradores de la
manufactura yanqui. Y últimamente se ha dictado en Estados Unidos una
"ley de prioridad", cuyas cláusulas drásticas implican que difícilmente
podrán salir antes del próximo mes de diciembre una serie de materias
primas norteamericanas con destino a nuestros países latinoamericanos.
Los efectos de esta ley ya se han hecho sentir en nuestro país. En sólo
Caracas, por dificultades para la adquisición de materiales, hay
alrededor de 600 construcciones paralizadas, y ello repercute
desfavorablemente sobre los trabajadores, sobre el comercio y sobre el
país.
El Gobierno Nacional adelanta gestiones
en Washington para lograr que al M.O.P. y al comercio nacional se les
provea de las materias primas y mercancías necesitadas perentoriamente
por el país. Y nuestro Partido respalda plenamente esa gestión, porque
la política de mano tendida no puede ni debe ser una política de
sumisión.
Al propio tiempo el Consejo de
Economía Nacional ten dría la misión de tender puentes de acercamiento,
en el terreno del intercambio comercial, hacia los demás países
latinoamericanos. Si somos bolivarianos, recojamos de la herencia de
Bolívar una de sus ideas centrales: la de la unidad de nuestra América.
Recordemos su máxima: "Sólo la unión de los pueblos latinos de América
los hará fuertes y respetables ante las demás naciones". Y trabajemos,
con auténtico fervor bolivariano -no ese fervor bolivariano de prestado
que todos conocemos y repudiamos- porque llegue a realizarse una
federación de Estados latinoamericanos. Trabajemos, con encendida fe,
porque llegue el día en que podamos entendernos con nuestros vecinos del
Norte de quién a quién, de soberanía a soberanía, porque ya no existan
frente a los Estados Unidos del Norte los Estados Desunidos del Sur, de
que hablara Sarmiento.
Concluyo ya, pidiendo
excusas por haberme dejado arrastrar por el impulso oratorio. Y lo hago
lanzando el mismo llamamiento que, como sostenido ritornello, se ha
escuchado de todos los oradores, en esta tarde inolvidable. Un
llamamiento a todos los hombres y mujeres demócratas de Venezuela, de
todas las clases sociales, a que vengan a buscar un puesto de acción, de
responsabilidad y de trabajo bajo las limpias, acogedoras banderas de
nuestro Partido.
Acción Democrática se dirige
a los hombres y mujeres de los cuatro costados del país, porque uno de
sus propósitos fundamentales es el de contribuir a que termine para
siempre eso de andinos, orientales y centrales, doctrina del
desmigajamiento nacional forjada por politiquillos de aldea, por miopes
caciques de caserío. Acción Democrática aspira a ser -y será- el cemento
que amalgame a todos los venezolanos que amen su nacionalidad. El
cemento que amalgame -para hacerla cada vez más fuerte y viril- el alma
inmortal de la nación.
F
, tomo II, pp. 304-316.
RÓMULO BETANCOURT
SELECCIÓN DE ESCRITOS POLÍTICOS
(1929-1981)
Pág 135
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