sábado, 16 de agosto de 2014

Discurso de Betancourt en el Acto Fundacional de Acción Democrática, 1941

Conciudadanos:
Una doble emoción me domina, en este momento de dialogar de nuevo, de viva voz, con el pueblo venezolano.
Emoción de quien soñó con esta hora, y la esperó sin impaciencia, seguro de que habría de sonar. La hora de comparecer ante el tribunal de la opinión venezolana, a rendirle cuenta de la labor cumplida por nuestro sector político, de 1937 a esta fecha.
Dijimos y prometimos, en aquellos turbulentos días de 1936, de nuestra resolución de mantener reivindicaciones populares y nacionales, fueren cuales fuesen las circunstancias en que se nos colocara. Y aquí estamos de regreso de un duro recorrido, sin engreída jactancia, pero con la orgullosa satisfacción de haber sabido ser dignos de la fe depositada y consecuentes con el compromiso contraído.

La bandera que se nos entregó, en aquellas tumultuosas jornadas multitudinarias del despertar nacional, ha seguido flameando, sin que nada, ni nadie, la haya mancillado. Extendemos al aire sus alegres colores, en esta tarde inolvidable, enarbolándola con manos más seguras, por la experiencia acumulada y la madurez adquirida.
Nos reincorporamos a la actuación pública sin rencores personales contra nadie, menos impulsivos que ayer, compenetrados mejor de la realidad venezolana, más saturados del sentido de nuestra responsabilidad social. Empero, animados de la misma pasión de justicia, de la misma fe en Venezuela, de la misma vocación democrática, de la misma convicción profunda de que el pueblo será el principal artífice de una patria lograda, que dio sentido a nuestra labor política en el ya histórico 1936.

Hablé de una doble emoción. La otra proviene de saberme participando en un acto que dejará huella profunda en la vida nacional. De un acto que recogerá en sus páginas la historia contemporánea de Venezuela, esa que estamos escribiendo, con nuestras miserias y grandezas, los hombres y las mujeres de esta tierra.
Imagino la escena, que sucederá dentro de cincuenta años, en una población agraria de los Andes, forjada al arrimo de una potente planta hidroeléctrica, en una población donde en vez de los garajes para autos de lujo que se multiplican en Caracas, habrá garajes para tractores; o bien, en una ciudad industrial de la Gran Sabana, construida en la vecindad de las chimeneas de los altos hornos, donde obreros venezolanos estén transformando en materia prima para las fábricas venezolanas de máquinas esos mil millones de toneladas de hierro que en sus entrañas guarda, hoy inexplotadas, la Sierra del Imataca.
Imagino la escena que se desarrollará en una y otra de esas ciudades venezolanas del futuro. La escena de un niño venezolano -de mi nieto, o del nieto de cualesquiera de los asistentes a este mitin, en todo caso del nieto de un venezolano de hoy- que gangoneará, can esa voz vacilan te de todos los niños cuando aprenden su lección, un párrafo del manual de historia de Venezuela, que diga así:
El 13 de septiembre de 1941 es una fecha gloriosa en los anales de Venezuela, porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido Acción Democrática. Porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido que inició la segunda independencia nacional, y contribuyó, decisivamente, al avance, prosperidad y dignificación de la República... 
Y no estoy haciendo una frase retórica. No he apelado a una argucia de orador, para arrancar esos aplausos que acaban de estallar. Eso hubiera sido irresponsabilidad, y entre mis muchos defectos, tengo una cualidad: la de ser hombre responsable y sin concesiones a la demagogia. Digo lo que siento y me brota de lo profundo de la conciencia. La convicción de que este Partido ha nacido para hacer historia. Nace armado de un Programa que interpreta las necesidades del pueblo, de la nación...; de un programa realista, venezolano, extraído del análisis desvelado de nuestros problemas, porque nosotros podremos ser partidarios de que se importe creolina -como acaba de decir Ricardo Montilla-, pero programas, no.
Nace Acción Democrática asistido por la fe y la emoción multitudinarias del pueblo, y lo comanda un equipo de hombres conocidos de toda Venezuela, de bien ganada solvencia política y moral, al frente del cual como su gonfalonero y conductor máximo, marcha Rómulo Gallegos. Marcha Rómulo Gallegos, maestro de juventudes, profesor de civismo, el candidato simbólico, o lírico, o como quiera llamársele, para la Presidencia de la República en 1941. El mismo Rómulo Gallegos a quien en 1946, en las elecciones de 1946, los votos y la decisión del pueblo venezolano elevarán a la Primera Magistratura de la Nación.
En la distribución de temas a desarrollar en esta asamblea, hecha por el Directorio de nuestro Partido, me correspondió el capítulo de nuestro programa sobre economía nacional. Tema tan vasto y complejo tendré que esquematizarlo, por cuanto supongo al auditorio lógicamente fatigado.
Acción Democrática reconoce y proclama que el más angustioso problema nacional es el de la bancarrota de nuestra economía. Somos una nación paradójicamente rica y empobrecida, una nación con un Estado que maneja millones y una industria minera que cierra sus balances anuales con cifras astronómicas. Y sin embargo, la mayoría de la población venezolana está pauperizada y vive bajo el signo de la inseguridad y de la angustia económica. Nuestro país, en 1941, es la negación de aquella Venezuela de hace más de cincuenta años, de la cual pudo decir Cecilia Acosta que en ella las bestias pisaban oro y era pan cuanto se tocaba con las manos.
¿A qué se debe esta situación de miseria generalizada, en un país sin deuda gubernamental externa y con un Estado que ostenta el costoso privilegio de un presupuesto anual de gastos señalado entre los más altos de América? ¿Cuál es la causa de que un país como Venezuela, el que exporta más petróleo en el mundo y figura en el tercer puesto en la escala mundial de producción de esa pingüe riqueza minera, presente un cuadro tal de colectiva pobreza?
La razón de ésta: nuestro país, económica y físicamente, está girando alrededor de una sola fuente de riqueza: el petróleo; y los gobiernos venezolanos no han sabido, hasta ahora, imprimirle un ritmo agresivo, dinámico, a las otras fuentes de producción. En la medida en que ha ido ascendiendo la explotación de oro negro, explotación que controla el capital extranjero, se ha acentuado progresivamente la decadencia de nuestra producción agrícola y pecuaria.
Vaya dar algunas cifras, aun cuando sean breves, por cuanto ellas definen mejor que las palabras, cómo es de alarmante nuestra depresión económica.
Las exportaciones venezolanas se mantuvieron, en la década 1920-1930 a un promedio de 130 millones de bolívares, excluyendo petróleo y oro. Y en 1940, año en que terminó el quinquenio del Gobierno anterior, la exportación de Venezuela, excluyendo también petróleo y oro, fue de apenas 31 millones de bolívares ¡cien millones de bolívares menos que hace veinte años! Y conste que durante ese quinquenio de gobierno se gastaron, oficialmente, cerca de dos mil millones de bolívares, pero no se aplicaron en la debida forma a incrementar la producción agrícola, pecuaria e industrial del país.
Claro está que esta decadencia de la producción natural de Venezuela deriva del empirismo y despreocupación ante los problemas vitales del país vigentes durante las casi tres décadas de tiranía. Empero, los cinco años del régimen anterior, desde el punto de vista del incremento de la productividad de riqueza netamente venezolana, rectificaron muy superficialmente la obra destructora cumplida por gobernantes divorciados del interés de la nación.
Coincidiendo con esta bancarrota de nuestra producción, crece de año en año el porcentaje de dólares provenientes de compañías petroleras y auríferas que entran, como factor decisivo, en la circulación de dinero dentro del país. En 1937, los dólares provenientes de esas compañías cubrieron el 67 por ciento de las necesidades de dinero de la nación. En 1940, al 90 por ciento del circulante fue suministrado por esas mismas empresas. Lo que significa que por cada 100 bolívares que circularon, 90 fueron aportados por compañías mineras extranjeras, en concepto de impuestos, de sueldos y de salarios por ellas pagados.
Y eso entraña un doble peligro para nuestro país, que los avizora Acción Democrática, vanguardia alerta de la nacionalidad. El doble peligro de que Venezuela cifre su destino en una sola carta: la de la industria minera, una industria que por naturaleza es perecedera, y la cual se agota cuando en el subsuelo desaparece la veta aurífera, o el yacimiento de donde el petróleo mana.
Y, además, la influencia preponderante que en la vida económica y fiscal del país ejercen las empresas, explotadoras de esas fuentes de riqueza minera, determina la tuición de aquéllas, en una forma indirecta, pero no por eso menos efectiva, sobre el rumbo político y social de la nación, porque manda en la casa quien tiene la llave de la alacena.
Esta bancarrota de la producción agrícola y pecuaria del país, unida a su atraso industrial, es causa principal de ese problema que agobia a la mayoría de la población: el del alto costo de la vida. Ya mi compañero Montilla habló sobre el particular, pero quiero recalcar lo recientemente dicho por los representantes de entidades científicas e industriales extranjeras quienes recorrieron el país contratados para investigar su situación económica. Me refiero a la Comisión Fax, contratada por el Ministerio de Hacienda, y a la de los Ingenieros Ford, Bacon y Davis, contratados por la Standard Oil.
Ambas comisiones afirmaron, categóricamente, que el alto costo de la vida determina una subalimentación del pueblo, y una consecuencial falta de energía creadora en la mano de obra criolla. Calle, pues, la grita reaccionaria, que achaca a flojera, o "sinvergüenzura", del trabajador nacional el escaso rendimiento de su esfuerzo productor.
Esta situación -pintada con brochazos realistas, y hasta tétricos, porque nuestro Partido no viene a ponerse anteojos de suela, sino a ver la realidad nacional con ojos claros y limpios- se ha agudizado con motivo de la guerra europea.
El Fisco, que en 1939 obtuvo los mayores ingresos de la historia fiscal de la República, los ha visto declinar progresivamente, en el curso de 1940 y en lo que va corrido del 41. Carece de mercados seguros nuestra exportación, con todo y ser tan precaria. Dejaron de traficar barcos mercantes de numerosas banderas por los puertos de la República y cada día son más altos los costos de los fletes. La industria nacional tiene dificultades para adquirir materia prima y maquinaria extranjeras; y el comercio trabaja preocupado por la inseguridad de los negocios y por los obstáculos que confronta para adquirir mercancía de importación. Ha aumentado el precio de cuanto compramos en el extranjero, casi todo lo consumido en el país; y Estados Unidos, que en 1939 nos vendió 230 millones de bolívares -el 75 por ciento de nuestras compras en el exterior- ha restringido sus exportaciones para cumplir compromisos de guerra contraídos con Inglaterra y Rusia.
Esta situación repercute sobre la masa consumidora del país en forma de reajuste de los sueldos y salarios de los empleados del Estado y particulares; y nuestro pueblo sufre, de un extremo a otro de la República, las consecuencias de una verdadera epidemia de desocupación, o está obligado a resolver el insoluble problema de trabajar y ganar sólo durante dos o tres días de cada semana, cuando los gastos familiares deben cubrirlos siempre por semanas completas de siete días.
Ante este panorama desolado, muchos, por egoísmo o cobardía, alzan los hombros, y se limitan a decir: "Este país está perdido".
Nosotros, los hombres de Acción Democrática, comprendemos los peligros que entraña esa frase. Los "países perdidos" se los encuentra y se los coge el primer aventurero audaz que se atreva a ponerles la mano, especialmente en esta época en que ciertos "bandoleros internacionales" -estigmatizados por el Presidente Roosevelt en su discurso de anteanoche- están aspirando a pisar en amos sobre la superficie del globo.
Nosotros, los hombres de Acción Democrática, partido afirmativo y con fe en las reservas de la nacionalidad, decimos que Venezuela no está perdida. Puede salvarse, debe salvarse y se salvará. Su situación difícil será corregida, si en los hombres y en las mujeres de este país -los que están en el gobierno y los que estamos en la oposición- se afirma el sentido de la responsabilidad hacia la tierra donde nacimos, y nos empeñamos todos en hacerla tramontar la crisis económica y fiscal que la agobia, y la ayudamos a salir de ella fortalecida.
Acción Democrática dice, en su programa, que un país de las riquezas y posibilidades económicas del nuestro no tiene por qué estar agobiado de necesidades insatisfechas. Y que sólo se requiere la concertación de un plan científico, audaz y bien elaborado de impulso a la producción nacional para alcanzar una era de prosperidad.
Nuestro partido considera que, en este propósito, el Estado venezolano tiene una tarea central por realizar. Debido a las peculiaridades de nuestra estructura económica, el Estado venezolano cuenta con disponibilidades de dinero y con recursos de todo orden que le señalan como el pionero, como el "baquiano", en esta tentadora empresa de la reconstrucción nacional.
Dispone el Gobierno venezolano de un presupuesto fantástico, de 300 millones de bolívares, que anualmente consume una tercera parte de la renta nacional. Y este presupuesto, invertido en una forma racional y honrada, serviría para impulsar la economía pecuaria, agrícola e industrial del país; y como acicate y estímulo para la actividad del capital privado. Pero para ello es necesario, previamente, que se moralicen e higienicen las prácticas administrativas del país. Para ello es necesario que dejen de figurar en el presupuesto los sueldos de escándalo, y se supriman las obvenciones inconfesables, y que el Capítulo VII pase a la categoría de pesadilla, de un mal recuerdo en la memoria de este pueblo. Es necesario que se aplique el termocauterio de la sanción sobre esa verdadera lepra de la administración pública, que es el peculado. Y por último, que se cumpla efectivamente la hermosa promesa -escuchada por este pueblo con profunda emoción- hecha en memorable oportunidad por el actual Jefe del Estado, de ser inflexible con quienes despilfarren dineros públicos, o se apropien de ellos indebidamente.
Saneado el aparato administrativo, podría imprimírsele ritmo acelerado a la producción nacional.
Dinero no faltaría. Ahí está la posible y necesaria reforma tributaria realizada en forma tal que se disminuyan los impuestos descargados actualmente sobre las espaldas dolientes del consumidor, y que se trasladen parcialmente al menos sobre las espaldas bien fuertes de los poseyentes de riqueza, especialmente de quienes mantienen congeladas en los bancos, en forma de depósitos que no cumplen con la función social del dinero, buena parte de las reservas monetarias de la República. Es indudable que si la Administración Pública da ejemplo de austeridad en el manejo de los fondos fiscales, y devuelve a la colectividad los nuevos impuestos que cobre en forma de servicios de utilidad colectiva, muchos de los ciudadanos no opondrían resistencia para satisfacerlos.
Y queda otro impuesto posible, el mismo al cual se refirió nuestro Presidente Gallegos, en su memorable discurso de Maracaibo. Me refiero a la aplicación a las compañías mineras del artículo 11 de la Ley de Arancel de Aduanas, en 1936, por el recordado Alberto Adriani. Ese artículo faculta al Estado venezolano para cobrar, en casos de emergencia como este confrontado actualmente por el país, un tributo de hasta el 10 por ciento sobre el valor comercial de las exportaciones de minerales. Cobrado ese impuesto, ingresarían al fisco nacional no menos de 80 millones de bolívares anuales.
Ya nutrido de dinero el fisco, debería darse al esfuerzo de estimular la producción, especialmente la de la tierra. Empero, para hacer producir la tierra se necesita de la tierra. Esta es una verdad de Perogrullo tan grande, tan evidente, como aquella de que para hacer tortilla hay que quebrar los huevos.
Y tierra está necesitando y esperando este pueblo. Según los censos de la Dirección Nacional de Estadística, en toda la República hay apenas 70 mil propietarios de tierra. De esos 70 mil propietarios, la mitad se encuentra en los Estados de la cordillera, dándose el caso de que en el Estado Táchira, una de las escasas entidades federales del país donde existe difundida la propiedad parcelaria, haya menor número de propietarios que en los Estados del Centro y Oriente, de la República, tomados en conjunto. Es interesante precisar que nuestro Partido no considera necesario para realizar un ensayo de parcelación agrícola, confiscarle tierra a nadie. Nuestro programa señala la forma cómo puede y debe el Estado proveer de parcelas -y con ellas, del crédito barato y del implemento agrícola- al hombre de nuestros campos. Ahí están las tierras confiscadas a la sucesión Gómez, casi todas regentadas malamente por administradores que se parecen un poco a los "coroneles" de ayer. Ahí están las tierras ejidales y baldías, usurpadas por personajes influyentes de otras épocas, esperando la remensura que las rescate para la nación y permita ser mejor utilizadas. Ahí están innumerables haciendas abandonadas por sus dueños, quienes viven en las ciudades, convertidas en barbecho infecundo y aptas para ser transformadas en surco promisor de riqueza, cuando el Estado las adquiera a su justo precio, y las ponga entre las manos callosas de los agricultores que sueñan con una parcela laborable…
Y estimular y apoyar, resueltamente, a la industria nacional. Consumir lo que producimos y empeñarnos en producir cada vez más. Que tengamos orgullo en andar vestidos con la tela que fabricó la mano de obra nacional en la empresa textil de capital nacional; de curarnos con la medicina que elaboró en los laboratorios nacionales, el técnico nacional; de construir nuestras casas con las maderas que aserraron, en las montañas venezolanas, los peones de Venezuela.
Y realizada y coordinada e impulsada esta voluntariosa empresa de la reconstrucción económica del país, por un Consejo de Economía Nacional, previsto en la Constitución de 1936 y aún no realizado. Un Consejo de Economía Nacional que entre sus primeras tareas tendría la de convocar un congreso económico, en el cual estuvieran representadas todas las fuerzas dinámicas del país. Todas las fuerzas que intervienen en los procesos de producción y circulación de la riqueza, desde el industrial, el agricultor y el comerciante hasta el trabajador manual e intelectual. Y que surgiera de este Congreso económico un plan audaz y armónico de producción nacional, que permitiera al obrero y al empleado obtener trabajo bien remunerado, y abriera para el comercio, la industria, la agricultura y la cría nacionales perspectivas insospechadas de desarrollo y prosperidad.
También debería abordar de inmediato ese Consejo de Economía Nacional uno de los problemas más serios que tenemos en estos momentos: el problema de nuestras relaciones comerciales con Estados Unidos. Al albañil que se quedó sin trabajo, por haberse agotado en el país algunos de los materiales de construc¬ción indispensables; al habitante de Valencia, a quien se le dice cómo se han paralizado las obras del acueducto porque no hay tubos: a mucha gente en Venezuela, que no sabe por cuál causa hay crisis de quinina en un país de tal porcentaje de enfermos de paludismo, debe explicársele cómo todo eso proviene de la imprevisión del Gobierno anterior, al no almacenar cuando estalló la guerra, reservas apreciables de tales productos, y a una situación especial existente en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, en el terreno comercial.
Antes de abordar esta cuestión, es necesario precisar que Acción Democrática está plenamente de acuerdo con la vigorosa y valerosa política antifascista del Presidente Roosevelt. Somos partidarios de la coordinación eficaz de la defensa continental, frente a posibles agresiones de potencias extraamericanas. Cree nuestro Partido que a "la culebra de cascabel debe golpearse por la cabeza antes de que nos agreda", y también que son traidores a América quienes están preparando la luz verde del pase libre -como gráficamente dijera en su más reciente discurso el Presidente de los Estados Unidos- a los dictadores ensoberbecidos, quienes después de aplastar a las tres cuartas partes de Europa aspiran a esclavizar al mundo. Empero, esta solidaridad con la política antifascista de los Estados Unidos, no significa que debemos silenciar nuestras aspiraciones y reclamos nacionales.
Ya en este plano, cabe decir que la política de "buena vecindad", cuyos aspectos políticos positivos reconocemos, se ha traducido para Venezuela en muy precarios beneficios económicos.
Mientras el Brasil ha recibido, del Banco de Exportaciones e Importaciones Estadounidense, 25 millones de dólares en maquinaria y materias primas para incrementar su industria pesada, a Venezuela apenas se le ha acreditado 200 mil dólares para la Ganadería Industrial Venezolana, 3 millones de dólares para el Banco Agrícola y Pecuario y 400 mil dólares para una famosa Sociedad Anónima Hotelera Nacional que está construyendo en el barrio San Bernardino, de Caracas, un hotel para turistas. De nuestra exportación de café, que es de un millón de sacos anuales, Estados Unidos nos compra apenas 400 mil sacos, y los otros se quedan sin mercado estable, no obstante que somos uno de los principales clientes compradores de la manufactura yanqui. Y últimamente se ha dictado en Estados Unidos una "ley de prioridad", cuyas cláusulas drásticas implican que difícilmente podrán salir antes del próximo mes de diciembre una serie de materias primas norteamericanas con destino a nuestros países latinoamericanos. Los efectos de esta ley ya se han hecho sentir en nuestro país. En sólo Caracas, por dificultades para la adquisición de materiales, hay alrededor de 600 construcciones paralizadas, y ello repercute desfavorablemente sobre los trabajadores, sobre el comercio y sobre el país.
El Gobierno Nacional adelanta gestiones en Washington para lograr que al M.O.P. y al comercio nacional se les provea de las materias primas y mercancías necesitadas perentoriamente por el país. Y nuestro Partido respalda plenamente esa gestión, porque la política de mano tendida no puede ni debe ser una política de sumisión.
Al propio tiempo el Consejo de Economía Nacional ten dría la misión de tender puentes de acercamiento, en el terreno del intercambio comercial, hacia los demás países latinoamericanos. Si somos bolivarianos, recojamos de la herencia de Bolívar una de sus ideas centrales: la de la unidad de nuestra América. Recordemos su máxima: "Sólo la unión de los pueblos latinos de América los hará fuertes y respetables ante las demás naciones". Y trabajemos, con auténtico fervor bolivariano -no ese fervor bolivariano de prestado que todos conocemos y repudiamos- porque llegue a realizarse una federación de Estados latinoamericanos. Trabajemos, con encendida fe, porque llegue el día en que podamos entendernos con nuestros vecinos del Norte de quién a quién, de soberanía a soberanía, porque ya no existan frente a los Estados Unidos del Norte los Estados Desunidos del Sur, de que hablara Sarmiento.
Concluyo ya, pidiendo excusas por haberme dejado arrastrar por el impulso oratorio. Y lo hago lanzando el mismo llamamiento que, como sostenido ritornello, se ha escuchado de todos los oradores, en esta tarde inolvidable. Un llamamiento a todos los hombres y mujeres demócratas de Venezuela, de todas las clases sociales, a que vengan a buscar un puesto de acción, de responsabilidad y de trabajo bajo las limpias, acogedoras banderas de nuestro Partido.
Acción Democrática se dirige a los hombres y mujeres de los cuatro costados del país, porque uno de sus propósitos fundamentales es el de contribuir a que termine para siempre eso de andinos, orientales y centrales, doctrina del desmigajamiento nacional forjada por politiquillos de aldea, por miopes caciques de caserío. Acción Democrática aspira a ser -y será- el cemento que amalgame a todos los venezolanos que amen su nacionalidad. El cemento que amalgame -para hacerla cada vez más fuerte y viril- el alma inmortal de la nación. 

F
, tomo II, pp. 304-316.

RÓMULO BETANCOURT
SELECCIÓN DE ESCRITOS POLÍTICOS
(1929-1981)
Pág 135

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