domingo, 17 de agosto de 2014

Andrés Eloy Blanco visto por Luis Beltrán Prieto Figueroa



El pueblo lo denomina su poeta, porque nadie como él cantó la miserable condición de «Juan Bimba». Mejor podría denominarse «poeta del hombre», porque para él las cosas sólo tenían sentido si servían para satisfacer necesidades del hombre. Era un poeta social, sin caer en la vulgar cartelería de propaganda. Su poesía humorística sobresale por su gracia y oportunidad
Cumaná (Edo. Sucre) 6.8.1896- Ciudad de México, 21.5.1955
Poeta y político. Hijo de Luis Felipe Blanco y de Dolores Meaño. Transcurre su infancia en la isla de Margarita. En 1908, se traslada a Caracas para estudiar en el Colegio Nacional regentado por Luis Ezpelosín. Ingresa luego a la Universidad Central de Venezuela, donde cursa la carrera de derecho y se gradúa en 1918.
Desde muy joven cosechó éxitos literarios. Su poema «La espiga y el arado», fue premiado en los juegos Florales de Ciudad Bolívar en 1916. En 1921, publica su primer libro Tierras que me oyeron; en 1923, recibe el primer premio en concurso promovido por la Real Academia Española de la Lengua, en la ciudad de Santander (España), a la cual concurrió con su Canto a España, lo que le da notoriedad internacional.
En 1928, se pone al lado de los estudiantes de la Universidad, que insurgieron contra el gobierno del general Juan Vicente Gómez. Entre 1928 Y 1933, va a dar con sus huesos a la prisión de La Rotunda, de donde lo pasan al castillo de Libertador en Puerto Cabello (1933-1934); le ponen pesados grillos en los pies pero sigue cantando; sus originales escritos en cualquier clase de papel los ponían en limpio sus hermanas, después del tránsito clandestino por entre la guardia de la cárcel.
En ese tránsito difícil, el poeta se duele de que se perdió el libro El pueblo color de boina.
Enfermo, fue confinado a Valera (1935). Al regreso de las prisiones del castillo de Puerto Cabello, de La Rotunda y del confinamiento en Trujillo, traía varios libros escritos en contacto con el pueblo de campesinos y obreros analfabetos llevados por el régimen gomecista a esas prisiones. Fue en contacto con el dolor y las privaciones del pueblo que encontró «su voz» creando en Barco de piedra, Malvina recobrada (1937), en el drama Abigail (1937) y en Baedeker 2000, una superrealidad pero sin aislamientos o hermetismos. Esa nueva forma de tratar la realidad la denominaba «colombismo», que según afirmaba « ... no es una nueva escuela. Es un estado del alma. Se trata de una actitud descubridora del poeta en contacto con la realidad americana».
Después de la muerte de Gómez (diciembre 1935), milita en las filas del Partido Democrático Nacional (PDN) y resulta electo presidente del Concejo Municipal del Distrito Federal. Miembro fundador del partido Acción Democrática (1941), participa también en la fundación del semanario satírico El Morrocoy Azul (I941). En 1945, junto con Rómulo Betancourt, forma parte de la Comisión Redactora de un Código Electoral.Diputado por el Distrito Federal (1945) y destacado presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (1946-1947), es ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno del presidente Rómulo Gallegos; como tal representó a Venezuela en la Asamblea de las Naciones Unidas (París 1948). De allí, pasó al destierro después del derrocamiento de Gallegos (24.11.1948), primero en Cuba y finalmente en México, donde murió en un accidente de automóvil.

Poeta de acento múltiple, armonizaba en su poética las expresiones de la más refinada formación clásica española y universal con las que le venían del fluir popular de la cultura. Poseía un registro verbal que iba del romancero y los poetas del Siglo de Oro, especialmente Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega y Cervantes, hasta los acentos del folklore, la leyenda y el habla del común, combinados por un artista que conocía todos los resortes del idioma. Su lenguaje poético era un maravilloso enlace de metáforas e imágenes, en un chisporroteo que lo coloca entre los imagineros de todos los tiempos.
Poseía una gracia especial, razón por la cual sus versos cautivaban a cultos e ignaros que disfrutaban de las cualidades del recitador, a teatro lleno. Usó con frecuencia el verso octosílabo, metro del romance y de la copla del cantar popular, pero con facilidad pasmosa cambiaba ritmo y metro en una combinación feérica que lo convertía en un poeta de versificación y estrofas irregulares que en algunos poemas como «El caminante loco», de Poda (1934) van del verso de 2 sílabas hasta el alejandrino, pasando por los metros intermedios.
Aunque pertenece a la «Generación de 1918» no puede ubicarse a Andrés Eloy Blanco dentro de una escuela determinada. Con Víctor Hugo, es romántico; con Rubén Darío, Amado Nervo y otros, es modernista; o es vanguardista creacionista, ultraísta, pero sin afiliarse en ninguna escuela. Las usaba todas. En libros publicados después de Poda, con el verso libre, nuevo y audaz, dejó atrás toda forma modernista, aun cuando conserve siempre el ritmo interno, la fluidez y la riqueza verbal.
El pueblo lo denomina su poeta, porque nadie como él cantó la miserable condición de «Juan Bimba». Mejor podría denominarse «poeta del hombre», porque para él las cosas sólo tenían sentido si servían para satisfacer necesidades del hombre. Era un poeta social, sin caer en la vulgar cartelería de propaganda. Su poesía humorística sobresale por su gracia y oportunidad.
La editorial Cordillera publicó en 10 volúmenes (1960) gran parte de su obra en prosa, versos, teatro, cuentos. La editorial Edime imprimió una selección de sus poesías; el Congreso de la República editó en 2 tomos sus discursos e intervenciones en el Parlamento. Después, en 1973, el mismo Congreso hizo una edición de sus obras completas, en 10 volúmenes, 5 de los cuales recogen su labor periodística, que contiene crónicas y ensayos cortos. En esta edición, también están contenidos sus discursos, que son de calidad excelente, pues Andrés Eloy era un gran orador, acaso uno de los mejores que ha tenido Venezuela en el siglo XX. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 2 de julio de 1981.

Bibliografía: Luis Beltrán Prieto Figueroa. Diccionario de Historias de Venezuela. Fundación Polar. Segunda edición. Caracas. 1997

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