Desde la lógica del régimen, se entiende su estrategia
de perseguir, acosar e incluso enjuiciar y encarcelar a los dirigentes
opositores acusándolos de golpistas y magnicidas, con el propósito de sacarlos
de su inmodificable actitud democrática y de su decisión de concurrir a todo
trance a las próximas elecciones parlamentarias en medio de desventajas
institucionales inenarrables. Es su única estrategia, no tiene otra. Si
reconociera sus errores y enmendara el rumbo, estaría dándole la razón a una
oposición que viene señalándole sus desaciertos desde hace 15 años. Si dejara
de ser autoritario, estaría despojándose de lo único que lo sostiene en el
poder, herramienta de la que no puede desprenderse un régimen de estas
características, menos en el gravísimo caso de haber perdido casi totalmente el
enorme respaldo popular con el que una vez contó para cometer sus desafueros.
La dinámica intrínseca de sus errores no sólo le impide rectificar sino que lo
empuja a cometer cada vez más y peores errores.
También está clarísimo que el gobierno echará mano de
lo que sea para sacar el debate del campo económico en el que se halla
indefenso, para situarlo en el terreno político en el que tiene margen de
pataleo. Por eso mismo, a riesgo de las críticas feroces a las que estamos
expuestos quienes debemos tomar decisiones con el cerebro y no con el hígado,
descartando inmediatismos engañosos y optando por el mediano o quizá largo
término que es el más difícil en medio de la desesperación, insistimos que en
la misma medida que el gobierno quiera meternos en el cepo del debate político,
debemos evitarlo e insistir en los temas que afectan a los electores en estas
elecciones parlamentarias y en cualquier otra elección futura.
Hace días, un furibundo estratega del tuiter, de esos
que afirman que para ganar una batalla es preciso que haya muertos (siempre y
cuando no sean suyos), nos insultaba diciendo que si Rómulo Betancourt
resucitara se avergonzaría de nuestra conducta por no haber arrojado nuestra
gente a la calle para que la asesinaran, hirieran o apresaran, es decir, por no
haber hecho exactamente lo que el régimen quiere que hagamos. Interpretando a
Rómulo Betancourt del que seguramente no ha leído ni una palabra, se permitía
afirmar lo que Rómulo “haría” en la coyuntura que padecemos. Respeto tanto a
Rómulo que no me atrevo a conjeturar sobre lo que “hubiese hecho” sino
meramente a entender “lo que hizo”: durante la dictadura proclamó la
“Resistencia” (así, con mayúsculas), lo que significaba aguantar lo
inaguantable, participar en elecciones que perderíamos aunque ganáramos,
preservar los cuadros de sacrificios inútiles, evitar la cárcel, no confrontar
donde teníamos todas las de perder y ninguna para ganar, no provocar golpes militares
(visto que habían fracasado varios) ni nada que agravara la represión ya
descomunal. Y después del 23 de enero de 1958, antes de las elecciones en las
que resultó electo Presidente, ordenaba no tentar a los militares al acecho, no
botar el juego ganado, no incurrir en tremendismos ni agitaciones, no
participar en el “mitineo al detalle”, reforzar el partido de abajo hacia
arriba, no desviarnos de la ruta hacia el triunfo electoral. En esa estrategia
antes y después de caer la dictadura, también tuvo que afrontar y confrontar
disidencias internas que finalmente concluyeron en divisiones. Como siempre,
Rómulo tuvo la razón.
Fuente:
http://acciondemocratica.org.ve/adport/henry-ramos-allup-el-golpe-es-el-voto/#sthash.ZVSSe8Ko.dpuf
Henry Ramos Allup: “El golpe es el voto”
Henry Ramos Allup: “El golpe es el voto”
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