Aunque esta “revolución” destruyó todos los sistemas productivos y
nos sumió en la peor de las ruinas nivel económico, político y social,
Henry Ramos Allup afirma que “los gobiernos se terminan y los países
no”.
Es en el campo económico donde se puede demostrar irrefutablemente el
fracaso escandaloso del gobierno chavista, desde que el comandante
eterno ascendió al poder hasta hoy, cuando el heredero quebrado tiene
que dar bandazos sorteando estragos en medio de la ruina pero
perseverando y empeorando disparates que es incapaz de enmendar.
En esta economía del horror, todo el nominalismo patriotero y la
rimbombancia de las grandes frases de la retórica chavista se hacen
añicos ante la indignación de la gente por su día a día de productos
básicos y medicinas esenciales que no se consiguen, a lo que se añade el
precio exorbitante para adquirirlos. Dos nuevas meritísimas profesiones
que han de colmar el orgullo de esta malhadada revolución, el bachaqueo
y el sub-bachaqueo, se han sumado a la multiplicación de la mendicidad,
a la buhonería y a la aparición de las más inverosímiles modalidades de
la economía informal en las vías públicas (puestos para llamadas por
celulares, vendedores ambulantes de loterías y de todo tipo de
chucherías, bebidas, frutas, comidas y objetos diversos, malabaristas,
tragafuegos, mimos, payasos, músicos) patentizan lo que han hecho estos
destructores sumergiendo al país en una ruina disolvente y en una
degradación insoportable. No traigamos otros hechos también
desesperantes como la inseguridad y el hampa desatada e impune, los
apagones, la falta de agua, el colapso de todos los servicios públicos y
la basura que ha convertido prácticamente a todo el país en un botadero
infeccioso plagado de alimañas y pare de contar.
¿Podemos ufanarnos con la mentira autocompasiva y anestesiante que
éste que tenemos ahora es el país más bello del mundo y que somos una
esperanza? Si lo fuéramos, ésta, que históricamente había sido una
tierra a la que venían a buscar vida, hogar y patria millones de
inmigrantes necesitados de todas las latitudes, razas y religiones
expatriados por necesidad, no se habría convertido en lo que hoy es: un
país que se desangra a torrentes porque invalorable cantidad de talento,
especialmente los jóvenes, se marchan por millares a buscar en otros
países el futuro que el suyo les niega. La revolución nos convirtió en
un país de emigrantes y a los que aquí nos quedamos nos dicen que al
menos tenemos patria. ¿Cuál patria?
Veo el futuro con preocupación -no con pesimismo- porque es mucho más
difícil reconstruir que construir, y si caímos en este abismo
insondable habiéndolo tenido todo para haber triunfado, no será fácil,
salir del degredo cuando nos queda muy poco. Poquísimo. Piénsese en lo
que convirtieron PDVSA en la incalculable deuda pública, en los
capitales e inversionistas que se fueron o que no permitieron venir, en
la destrucción de las empresas básicas, en el desastre del sistema vial,
en el de generación y distribución de electricidad, en el de agua y
cloacas, en los hospitales, escuelas y liceos, en la quiebra del aparato
productivo privado, en millares de industrias, fincas, inmuebles y
unidades de producción saqueadas, invadidas, confiscadas, destazadas y
destruidas por la rapacería revolucionaria, en el desánimo y la
desesperanza de una economía colapsada, en la vileza de nuestra moneda,
en la inflación, en el odio que le inocularon en el alma a millones de
ciudadanos, en la perversión de los poderes públicos. La lista es en
verdad aterradora. Pero los gobiernos se terminan y los países no.
Fuente: El Nuevo País
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