Venezuela ha perdido a una de las personalidades más valiosas de su último siglo y de su democracia: Reinaldo Leandro Mora.
Yo
he perdido a uno de mis maestros más queridos. Profesor, diplomático,
político de altura, Leandro Mora enseñó con su obra y su ejemplo una
manera de actuar que llamaba a la concordia y al entendimiento entre los
venezolanos, sin abandonar cada uno sus aspiraciones y principios.
Ejerció y nos señaló un estilo. El de intentar comprender al adversario y
acercarse a él con caballerosidad y sin prejuicios. El de respetar al
otro ser humano.
Esto le condujo a iniciar el proceso de diálogo y reconciliación que
le permitió a los insurrectos políticamente sensatos participar en las
elecciones de 1969 con el nombre de Unión para Avanzar (UPA) y sentó las
bases de lo que en el próximo gobierno, el de Caldera, se llamaría la
pacificación. Esta última consolidó la democracia en Venezuela e hizo
posible que en 1975 se aprobara por unanimidad la nacionalización de la
industria petrolera, con el voto positivo del Partido Comunista y de los
sectores conservadores, ya durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Para su estilo de ministro de Relaciones Interiores conciliador y
firme contribuyó una indudable sintonía de enfoque y de carácter con el
presidente Raúl Leoni.
Cinco años más tarde, cuando la segunda generación de dirigentes de
Acción Democrática aspiraba a ejercer el liderato, compitió con Carlos
Andrés Pérez por la candidatura presidencial de su partido.
Luego fue considerado como posible candidato presidencial en las
siguientes dos o tres elecciones. Pero tuvo la sensatez o sabiduría de
comprender que, no obstante las simpatías que generaba, ya su máximo
momento político había pasado.
Conocía a Leandro Mora formalmente pero sólo me acerqué a él, gracias
a mi inolvidable amigo Javier Pazos, cuando le proponíamos que
insistiera en su candidatura. Pero eran tan sólidas y realistas sus
razones para desechar ambiciones personales que nos rendimos ante ellas.
Fue entonces que conocí mejor al personaje.
Y me di cuenta de que tenía un calibre difícil de encontrar en
Venezuela. Un hombre cultivado, un verdadero estadista, un hombre bueno.
Alguien que concebía a un país que hoy día parece inalcanzable. Un país
de hermanos y hombres cultos, en el sentido de cultura como solidaridad
entre seres humanos. En el sentido que Friedrich Schiller, el gran
poeta y pensador alemán del siglo XVIII, da a la máxima expresión de
humanidad en su obra Cartas sobre la educación estética del hombre
.Según Schiller, el hombre “para conseguir la libertad debe concederla”.
Con una argumentación que no tenemos espacio para reproducir Schiller
afirma: “Solo el buen gusto conduce a la armonía en la sociedad, porque
establece la armonía entre los individuos”.
Leandro Mora es uno de los poquísimos políticos que en nuestro país
ha cultivado el buen gusto. Fue un señor en la elegancia de su actuar y
pensamiento.
Schiller añade: “El buen gusto conduce al conocimiento fuera de los
misterios de la ciencia y lo coloca bajo el cielo abierto del sentido
común, transforma así los privilegios de las ideologías en una propiedad
común de la totalidad de la sociedad humana. En su ámbito aun el más
poderoso debe renunciar a su grandeza y descender a la compresión de un
infante. La fuerza debe ser sometida a la gracia”. Y concluye: “Cuando
la propia naturaleza del pueblo gobierna su conducta, cuando la
humanidad atraviesa las situaciones más complejas con una intensa
simplicidad y una tranquila inocencia, no tiene necesidad de
entrometerse en la libertad de los otros para reafirmar la propia o de
ejercer misericordia a costa de la dignidad de los demás”.
Leandro Mora fue quizás el político que comprendió mejor entre
nosotros la necesidad de la educación estética del hombre. No forzó
situaciones pero tampoco evitó solucionarlas. Dio un ejemplo. Estableció
un estilo. Nos dijo que más vale la dignidad del hombre que cualquier
dogma al que se pretenda someterlo. Esa lección debiera estar ahora más
vigente que nunca.
Nos hace falta. También nos hace falta él mismo y su amistad. Por eso
deploramos su ausencia. En palabras de Jorge Manrique: “Que aunque la
vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria”.
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