Betancourt, Ruiz Pineda y CAP, 1946
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Era día martes el 21 de
octubre de 1952. Leonardo Ruiz Pineda bajó la escalera de la casa que le
servía de refugio clandestino a su familia, junto a la de su compañero Jorge
Dáger. Al lado de Pompeyo Márquez y Alberto Carnevalli encabezaba la
agenda represiva de la Seguridad Nacional. Había asumido la secretaría
general de Acción Democrática, el factor decisivo de la resistencia. La Junta
de Gobierno, que presidía Germán Suárez Flamerict había convocado a las elecciones
el 30 de noviembre de ese año para una Asamblea Constituyente.
Adecos y comunistas-
ambos partidos ilegalizados- libraban una dura batalla contra la pretensión de
los golpistas del 24 de noviembre de 1948 que habían derrocado a Rómulo
Gallegos para “legalizar” un régimen despótico liderado por Marcos
Pérez Jiménez.
Jóvito Villalba desde URD y Rafael Caldera con las banderas
verdes de COPEI, se jugaban la última carta democrática presentando listas
para una consulta que se presagiaba marcada por la sombra del
fraude.
Ruiz
Pineda- “Alberto” para sus compañeros de clandestinidad-, traía en sus manos
aquella tarde un portafolio, un sombrero y una pistola italiana calibre 22.
Dáger que le esperaba en el recibo le dijo: “esa pistola me parece
muy pequeña para ti, llévate mi 45 es mucho más efectiva”. La
respuesta no se hizo esperar: “tu quieres que se me enfermen mas los riñones
llevando ese cañón tuyo en la cintura”. Salieron en compañía de Santos Gómez-uno
de los hombres de mayor valor en la resistencia- y pasado unos minutos, el auto
se detuvo en el puente de Los Caobos. Un hombre- Dáger confiesa que no lo
conocía- entró y le hizo entrega a Leonardo de un sobre. Era el precio que el
desconocido le había puesto al “Libro Negro”, editado por José Agustín Catalá,
con prólogo de “Alberto”, que daba cuenta de la sangrienta pesadilla que vivía
el país.
El sobre lo regresó
Dàger a las manos de Auraelana, la esposa de Leonardo. Contenía la cantidad de
cincuenta mil bolívares (el precio más alto de un libro en esa época) y el
generoso comprador era Juan Liscano. Santos Gómez siguió con
Leonardo para una cita. Faltaban pocas horas para un desenlace fatal.
EL TESTIMONIO
La cámara de
Francisco Edmundo “Gordo” Pérez dejó para la historia la fotografía
del cuerpo de un hombre atravesado en la avenida principal de
San Agustín del Sur. La leyenda de la foto resumía el hecho con rigurosa
precisión: “un solo proyectil segó la vida del doctor Leonardo Ruiz Pineda. La
bala penetró en la región malar derecha y siguiendo una trayectoria ascendente,
asomó cerca de la región parietal izquierda. El cuerpo quedó tendido en
la calle, boca arriba, con los pies dirigidos hacia la acera, entre un gran
charco de sangre”
Ruiz Pineda viajaba en
el puesto delantero de un auto conducido por Morales Bello, propiedad de Germán
González, muerto también poco después en la SN y estaba acompañado por Segundo
Espinoza y Leoncio Dorta. El escritor José Vicente Abreu construyó un excelente
relato de los pormenores del asesinato, basado en los testimonios de los
testigos y en las declaraciones posteriores a la caída de Pérez Jiménez,
del agente Daniel Augusto Colmenares quién junto con Francisco Ramón
Matute, siguieron al auto en una moto hasta el lugar del crimen. Todo
indica que Matute acabó con la vida del líder de la resistencia.
Alrededor de Matute se tejió una densa red de misterio. Sin embargo, en este
caso se habría repetido otro asesinato ordenado por Pedro Estrada, donde los autores
de los homicidios políticos también pagaban con su existencia los servicios
prestados. Existe un certificado de defunción, fechado el 14 de enero de 1953,
a solo tres meses del asesinato, a nombre de Francisco Ramón Matute escrito de
manera escueta: “shock traumático”
Antes de morir, Ruiz
Pineda fue seguido por Colmenares y Matute desde la Plaza Pérez Bonalde
en Catia, donde lo dejó la luchadora Regina Gómez Peñalver y fue esperado
por Morales Bello. El auto tomó la avenida España con dirección al
Atlántico, recogiendo frente a la planta de la leche Silsa a
Espinoza y Dorta. Tomó la vía del puente Nueve de Diciembre, luego
dobló hacia la izquierda por la avenida principal de El Paraíso hasta llegar a
la Roca Tarpeya: y de allí cruzó a la avenida principal de San Agustín. Había
un fuerte congestionamiento de tránsito. Las luces tambaleaban. Una camioneta
accidentada, donde iba un señor y varios niños los obligó a detenerse. Al
minuto actuaron los sicarios. Abreu en su reportaje, se hace una pregunta
pertinente ¿”La camioneta formaba parte de la maniobra de la Seguridad
Nacional, o era una ayuda del cielo a la dictadura’’?
Auraelena, su viuda,
fue a la Seguridad Nacional a solicitar el cadáver del esposo. Fue detenida
hasta febrero de 1953 en la Cárcel Modelo y posteriormente deportada
junto a su familia a España. Alberto Carnevali, muerto pocos meses
después, por una irremediable enfermedad-después de ser rescatado por
José Manzo González y Salom Meza Espinoza del Puesto de Salas –
asumió la conducción de la lucha clandestina. Contaba Rúl Nass, quien
estuvo muy cercano a Gallegos en su gobierno, que en la mañana del
24 de noviembre del 48, Pineda y Carnevali coincidieron en
Miraflores. Al enterarse que era inevitable el derrocamiento del novelista se
abrazaron con fuerza. La ceremonia era sencillamente un pacto de sangre.
LA DICTADURA
El asesinato de Ruiz
Pineda – y las repercusiones que ello tuvo- despojó de cualquier
escrúpulo a la dictadura. Días después, Pérez Jiménez desconoció la
victoria electoral de URD, fortalecida por una oleada de votos
adecos que desacataron la orden de abstención dada desde el exilio. Los
crímenes se multiplicaron; las torturas se hicieron una práctica cotidiana;
desapareció el menor resquicio para la libertad de prensa. Pérez Jiménez se vió
obligado a gobernar amparado en una camarilla militar que llegó a alcanzar
niveles obscenos de corrupción. La resistencia se fortaleció. Miles de
hombres y mujeres fueron a la cárcel. La Seguridad Nacional se convirtió en una
siniestra referencia del terror.
Ruiz Pineda, tenía alma
y palabra de poeta. Fue un periodista de pluma resuelta. Trabajó en el diario
Ahora, que dirigía Luis Barrios Cruz y fue colaborador de Fantoches
el histórico semanario de Leoncio Martínez. Sus artículos aparecían con
frecuencia en la revista Elite. Fundó y dirigió el diario Fronteras en
San Cristóbal, cuyas oficinas fueron saqueadas y tomadas militarmente por los
golpistas del perezjimenismo. En la presentación al “Libro Negro” - el más
feroz libelo contra la dictadura- deja los perfiles de lo que sería
una estrategia, a la postre victoriosa frente al oprobio:”la magnitud de
la tragedia pública que conmueve a la nación reclama una coordinación de
fuerzas. Ya están resquebrajadas las bases de sustentación de la dictadura, la
descomposición interna del régimen anuncia próximo estallido, la amenaza de un
caos general propicia el acuerdo de las fuerzas fundamentales de la
nacionalidad. No se trata de una aventurada conjuración de ambiciones
políticas, sino de una patriótica aglutinación de sectores responsables del
país, a fin de impedir que el desmoronamiento de la dictadura sobrevenga una
etapa de desgarrada guerra civil o de anarquía disolvente y reaccionaria.”
A cincuenta años (2002) del
asesinato del líder de la resistencia contra Pérez Jiménez sus planteamientos
tienen todavía una conmovedora vigencia.
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