Cincuenta
y cuatro años (2009) se han sucedido desde aquel 21 de mayo en que falleció
Andrés Eloy en Méjico. Recordé el lamentable acontecimiento al mediodía de anteayer,
cuando la UCV (mía y del poeta) estaba de nuevo en la calle. Rebusqué entre mis
papeles y hallé una nota que en el 2001 titulé “El poeta que enseñaba
democracia”, dedicada al más dedicado de sus biógrafos, el Dr. Alfonso Ramírez,
autor de “Biografía de Andrés Eloy Blanco y memoria de su época”.
El
acoso recrudeció a partir de la Revolución Soviética (1917), la guerra civil
española (1936-39) y la segunda guerra mundial (1939-1945). Entretanto,
Latinoamérica sufría feroces dictaduras militares –p. ej. Gómez entre nosotros,
Trujillo en Santo Domingo, los Somoza, en Nicaragua– sostenidas por Wall Street
y el Pentágono.
En
lecciones hogareñas, de voz y actos de su padre y su madre, en el hacer
periodístico clandestino y en las mazmorras gomecistas, nuestro poeta aprendió
a amar la democracia. La crónica bien elaborada de su soñar y vivir por la
libertad puede leerse en la citada biografía de Ramírez, en la que el conflicto
tema de esta nota ocupa el Cap. XI. Ese libro, por cierto, es una de las
escasas obras de valor que dejara la manchada celebración del centenario de AEB
en 1997.
Y es
que durante gran parte del lapso entre 1958 y 1998 no se enseñó democracia en
la propia ejecutoria de la democracia en el gobierno. Por el contrario, se la
fue demoliendo a punta del crecimiento de la corrupción, simultáneo con el
ascenso de los precios del petróleo. Por lo mismo, y, además, porque quienes
hoy desgobiernan al país no son demócratas, sino embotados, y viudas del
estalinismo, peores han sido y son estos años. Más lo serán, si no unimos
voluntades contra la imposición de un seudosocialismo ‘marxial’ y autocrático.
Nunca
cedió el poeta cumanés a la propuesta comunista estalinista, como tampoco
hubiera cedido a la castrista ni a la castrochavista. Fue, en autenticidad
plena, un poeta de la libertad. Naveguemos, pues, con quien la practicó y la
enseñó, y sigue enseñándola junto con la democracia en su legado poético. Como
lo hace en aquellos versos del ‘Pórtico’ del “Canto a los hijos”: “Y digo al
adicto rojo del nuevo Falansterio / que con la luz del día la libertad dialoga
/ y el bien está en ser libres del odio y del misterio”.
El
Tiempo, viernes 22 de mayo de 2009
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