EE.UU tiene que ser un gran país para
mantenerse como primera potencia mundial a pesar de sus organismos de
inteligencia, su servicio diplomático y sus asesores en política
internacional. Increíble que el presidente Barack Obama, al declarar a
Venezuela (a toda, a 32 millones de personas, incluido el 80% que
rechaza al régimen) como peligro para la seguridad interna de EE.UU,
arrojara un inesperado salvavidas al gobierno de Maduro para
permitirle, una vez más, sacar el debate del ámbito económico donde las
pierde todas en la carrera hacia su final infeliz, para ubicarlo en el
político donde tiene margen de maniobra, excusa y defensa.
Por cierto que la materia de violación de
los derechos humanos es escabrosa y maleable porque, en casi todos los
casos, imputadores e imputados se han comportado históricamente de la
misma manera. Ninguna de las grandes potencias, ni muchos gobiernos
tercermundistas, pueden arrojar la primera piedra. Ahí están la II
Guerra Mundial, Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, Siria, Libia,
pogromos, holocaustos, xenofobias, chauvinismos, controles migratorios,
sojuzgamiento de minorías, guerras étnicas y religiosas y pare de
contar. Son casos patéticos y paradojales en que la lucha para defender
los derechos humanos casi siempre pasa por el trance de aplastarlos. En
el caso de Venezuela, los imputadores deberían mantenerse en el ámbito
de las acusaciones por corrupción, narcotráfico y terrorismo en el que
ellos mismos están moralmente menos descalificados y son menos
vulnerables y sospechosos.
El tema de los derechos humanos también se
ha convertido en un vasto espacio en el que concurren por igual
auténticos defensores y malvivientes que han dado con una fructuosa
industria a través de organismos de fachada para obtener financiamientos
públicos pero también secretos e inconfesables que se destinan a fines
“misceláneos”.
Fuente: http://acciondemocratica.org.ve/adport/
No hay comentarios:
Publicar un comentario