Pocas palabras sufren una confusión tan injusta como liberal.
Por un lado, la derecha conservadora se la apropia sin que su acción
política se ajuste un milímetro al ideario básico. Por otro, la
izquierda, que se acerca mucho más a su programa, la rechaza e incluso
la utiliza como descalificación contra aquellos a los que identifica
como partidarios de un régimen económico sin reglas y perjudicial para
los asalariados. Para mayor confusión, en Estados Unidos se identifica a
los liberales como los socialdemócratas europeos. Es decir, si aquí
llamamos a Merkel liberal, en Estados Unidos el Tea Party insulta así al
Obama de la tímida reforma sanitaria.
Pero no solo consiguieron libertad para el comercio y flexibilidad en
los mercados laborales. William Robertson, historiador escocés e
impulsor del liberalismo, hablaba ya en 1769 de que “el espíritu y el
celo con el que se luchó por las libertades y los derechos, aun atento
solo a los objetivos comerciales, no dejaban de difundir por Europa
nuevas y liberales ideas en relación con la justicia y el orden”. ¿Un
beneficio colateral? No solo. Hubo pensadores liberales que, desde
principios radicales de libertad reclamaron derechos que hoy se
sostienen como revolucionarios desde una perspectiva de izquierda.
¿Desobediencia civil? No es un invento del siglo XX europeo como muchos
parecen creer ahora, no es de Mayo del 68, mucho menos de los
movimientos de protesta asamblearios surgidos en la actual crisis
económica. Entre otros, el filósofo norteamericano Henry David Thoreau
ya teorizó sobre él, y lo ejerció, en el siglo XIX en Estados Unidos.
Es el progresismo
el que luchó contra los oligopolios,
contra los gremios,
contra los abusos laborales
el que luchó contra los oligopolios,
contra los gremios,
contra los abusos laborales
Es innegable que el progreso de Europa es hijo del liberalismo
político, y sin embargo, parecemos avergonzarnos de él. Sin duda, una de
las razones reside en la apropiación indebida que el conservadurismo
europeo, y especialmente el español, han hecho del término. El
liberalismo fue el mantra que el conservadurismo encontró para
vencer a la imparable socialdemocracia, su aval, su relato social
legitimador. Amparado en su nombre se cometieron los mayores abusos
laborales y legislativos, se precarizó la vida del trabajador medio y se
dio carta de naturaleza a la desigualdad económica como un mal
necesario e inevitable. Siendo ese el modelo que se impone desde Europa,
no es de extrañar que exista una reacción alérgica a todo lo que se
define o vende como liberal.
Pero todo es fruto de un malentendido, o del éxito de una política de
comunicación que ha confundido a una socialdemocracia inane. ¿Cómo pudo
la izquierda liberal dejarse arrebatar la palabra que mejor la define a
manos de los representantes de los grupos sociales contra los que hubo
que luchar para conseguirla? Es la socialdemocracia europea la que mejor
representa los principios esenciales del liberalismo, de la libertad.
La que luchó contra los oligopolios, contra los gremios, contra los
abusos laborales, la que consiguió establecer ascensores sociales
realmente útiles. La que de veras consiguió que hubiese algo parecido a
un sistema meritocrático. Y en nuestros días es la que ha ampliado
derechos, la que no pone excusas para dárselos o negárselos a minorías
sociales, sexuales o raciales.
Bajando a las arenas movedizas de nuestro país, la confusión es aún más llamativa. El PSOE huye de la palabra liberal, e incluso es frecuente escuchar cómo muchos dirigentes tachan a algunos de sus compañeros como social-liberales’
cuando quieren referirse a los partidarios más radicales del libre
mercado, contribuyendo así al hundimiento del prestigio de una palabra
que el PSOE debería llevar a gala después de casi 40 años de
clandestinidad y casi otros 40 de democracia, en los que ha contribuido
como ningún otro a establecer y ampliar las libertades en España.
Son conocidas las sentencias de Indalecio Prieto y Fernando de los
Ríos. El primero afirmó que era “socialista a fuer de liberal”, y el
segundo respondió a Lenin que quería “libertad para ser libre”. Años
después, Felipe González desmontaría gran parte del Estado corporativo
que mantenía a España en el provincianismo casposo y nos abrió al mundo,
y Zapatero reconocería, entre otros, el derecho de los homosexuales a
la igualdad civil plena y la libertad de la mujer a decidir sobre su
maternidad. ¿No es un legado liberal que merezca reivindicarse? Sin
duda, y más ahora, cuando se utiliza la crisis económica como excusa
para imponer agendas conservadoras que nada tienen que ver con el
liberalismo que se autoimputan los que las patrocinan.
De modo que, en España, los que orgullosamente se declaran liberales
están bien lejos de serlo, y los que más se acercan a ello, se
avergüenzan. La recuperación del concepto liberal de la política ha de
ser uno de los méritos de los debe volver a presumir el centro-izquierda
español. Arrebatárselo a la derecha no es sólo un acto de justicia
histórica, sino una necesidad social ante el giro conservador que ha
dado el partido en el Gobierno. La libertad es otra cosa, y estaría bien
que el PSOE nos lo contara.
Antonio García Maldonado es periodista y editor.
Tomado de: -http://elpais.com/elpais/2014/03/19/opinion/1395225388_284782.html
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