La
proclama de los universitarios de Córdoba, en junio del 18, fue voz de apremio
para toda una generación continental. En el manifiesto beligerante dirigido por
el primer sector juvenil rebelado a los "hombres libres del Sur
América" halló el estudiantado del continente expresión de sus inquietudes
y de sus esperanzas. Sin contenido ideológico definido, sin precisa orientación
programática, el movimiento argentino, hecho a poco continental, no fue en sus
comienzos como lo acusa certeramente Mariátegui, sino una explosión pasional.
Reflejando el complejo sicológico de la generación europea posbélica, los
muchachos americanos insurgieron por la conquista de una vida mejor, que
cancelara en los espíritus el recuerdo de la matanza imperialista. A este
factor universal, se agrega otro, dinamizando con nervios de acción el sentido
fuertemente matizado de misticismo del primero e imprimiéndole un acusado sello
de ciudadanía americana: la necesidad para los nuevos, responsablemente
aceptada, de arrancar a manos senectas y torpes los destinos políticos de
nuestros pueblos. La primera etapa de lucha, por lógica elemental, fue dentro
del aula. Era necesario libertarla de la tutela oficial y dignificar dentro de ella
la posición del alumnado. De aquí que las conquistas iniciales de la reforma
-tanto en Buenos Aires como en Lima, en Santiago de Chile como en La Habana,
cruzadas cumplidas dentro de los cinco años inmediatamente posteriores a la
insurrección de Córdoba- reposaron sobre sus tres postulados universitarios,
tomando el concepto "universitario" en su sentido lato y señalando
con urgencia que no es el profesado por el espíritu nuevo: docencia libre,
asistencia libre y participación del alumnado en el gobierno del aula.
En
escaramuzas heroicas, cifras iniciales en la hoja de servicios de la generación
más dinámica y leal a sí misma que ha dado América después de la forjadora de
su independencia política, lograron los insurgidos imponer a la reacción sus
postulados renovadores. La lucha fue áspera y necesitó actualizar ese
"destino heroico de la juventud" que con tan orgullosa jactancia
inscribiera en sus banderas el grupo de Córdoba. En la etapa preliminar de esa
lucha estuvo compacto el estudiantado. Hasta los menos fervorosos se enrolaron
bajo las banderas de la reforma, aspirando a derivar de ellas pobres
concesiones a su indisciplina y a sus mediocres anhelos de conocimiento. Para
éstos, el sentido de la universidad nueva se definía por la reducción del control
docente, por la menor cantidad de pruebas oficiales durante el año, por la poda
de temas de estudio en talo cual asignatura, por la concurrencia, en síntesis,
de liberalidades que les permitieran llegar a la meta profesional-adquisición
de patente de corso para el asalto legalizado-, sin mayores esfuerzos. Cuántos
soñaron con que la reforma no era una disciplina y un compromiso de acción,
sino la fórmula cómoda para seguir "los cursos" en la for¬ma
preconizada por el estudiante de Salamanca, conocido personaje de la picaresca
española: desde su "lecho", como los ríos. Era otro, más alto, más
generoso y constructivo, el sentido de la empresa. En el espíritu de sus
alentadores vigilantes, -los maestros José Ingenieros y Alfredo Palacios, como
el de los líderes de la cruzada, González del Mazo, Haya de la Torre (sic),
Ripa Alberdi, Gómez Rojas, etc.- ni siquiera la renovación de métodos
pedagógicos y de sistemas de gobierno intrauniversitarios eran considerados
como objetivo primordial de la lucha. Tenían apenas el significado de una
primera fase de ella. Trascendida, quedaba planteada la que daría contenido
humano a la reforma: desplazamiento del estudiantado del aula a la plaza
pública, para afrontar la solución de los problemas de su pueblo y de su raza, para
actuar como factor de vanguardia en las luchas políticas nacionales y
continentales. Esto es, el rol social de la reforma, "de la reforma que no
quiere hacer del estudiante una casta parasitaria, sino que lo desplaza hacia
la vida, lo sitúa entre la clase trabajadora y lo prepara a ser colaborador y
no instrumento de opresión para ella', como escribe Haya de la Torre (sic). [1]
La
primera experiencia seria y responsable de la reforma realizada en el sentido
que recién apuntamos, fueron las universidades populares González Prada,
creadas en Lima el año 21. Fue su fundador y vigoroso guía el líder Haya de la
Torre (sic), cuyo nombre hemos citado a menudo y citaremos aún, por estar
vinculado a toda empresa de superación latino-americana de estos tiempos. El
dinamismo y la constancia admirables de este compañero, lealmente reconocidos
por su compatriota Eudocio Rabines en un bien documentado estudio acerca de la
U.P., logró hacer de esta institución surgida de la reforma no un incipiente
campo de experiencia sino un verdadero organismo de cultura proletaria; y
tanto, que la Primera Conferencia Internacional de Maestros, reunida en 1928 en
Buenos Aires, recomienda la creación de universidades similares a aquella en
todo el continente, como eficaz medio de culturización de las clases
trabajadoras. En las U.P., extendidas de Lima a Vitarte, Cuzco, Trujillo, etc.,
el estudiantado de vanguardia se acercó comprensivamente a las masas obreras.
Con la vulgarización del marxismo revolucionario, realizada en forma perseverante
desde las cátedras de las U.P., adquirieron las masas conciencia de clase y de
la lucha de clases. El 23 de mayo de 1923 salían de las puertas de la
"González Prada" de Lima, levantada al lado de la Universidad oficial
de San Marcos, millares de proletarios, protestando, en defensa de los
postulados de la revolución, de la farsa burocrático-clerical que pretendía
colocar al Perú bajo el patronato remoto y discutible del Corazón de Jesús e
inmediato y cierto de la curia romana.
Funcionaron
las metrallas del "civismo" en defensa de la "religión" y
del "orden". La sangre estudiantil y la sangre obrera corrieron por
un mismo cauce, bautizando esa masacre criminal, -y ya para todos los tiempos
de América Latina-, la solidaridad de las vanguardias universitarias con las
masas de explotados. La reacción volvió por sus fueros. Haya de la Torre fue
deportado; y con él, los más vigorosos colaboradores en la obra de reforma
universitaria y en el sostenimiento de las U.P. Dentro de las universidades
oficiales, la reacción recobró sus abandonadas posiciones; y de las conquistas
logradas por los reformistas sólo queda hoy como irónica concesión, la
concurrencia nominal del estudiantado al gobierno del aula, nominal por cuanto
las delegaciones estudiantiles ante los consejos universitarios tienen voz
deliberativa mas no voto resolutorio.
El
ejemplo de la "enérgica" actitud de don Augusto Leguía fue piedra de
toque para actitudes semejantes ya elaboradas en otros despachos
gubernamentales de Latinoamérica. La "gendarmería tropical", que dice
Henri Barbusse, piensa y obra con ejemplar solidaridad. (Parapillos, Ginés de
Pasamonte, toda la "gente forzada del Rey que iba galeras" renunció a
cualquiera diferencia personal que la separara cuando llegó la hora de apalear
y de robar en común). Siles ametralló estudiantes y obreros en las calles de La
Paz. Machado encarceló, asesinó y deportó líderes estudiantiles y obreros; y
reintegró el aula a la tutela oficial por vía de decretos ejecutivos, el último
de ellos, -desplazando al estudiante del gobierno universitario-, firmado en
los mismos días en que se hada titular por un cuerpo profesoral indecoroso y
servil, doctor honoris causa de la Universidad de la Habana. En Chile,
Alessandri primero y la dictadura fascista de Ibáñez luego, cancelaron las
conquistas de la reforma. En Colombia, la reacción, más disciplinada que en
ningún otro pueblo del continente porque tiene su reducto en la oligarquía
clerical hecha gobierno, resistió sin ceder una línea los asaltos de las
izquierdas insurgidas, en cuyos rangos militaba una juventud apta
doctrinariamente como pocas de América: por eso, jamás logró el estudiantado
colombiano renovar el espíritu de las universidades oficiales, donde imperan
aún anacrónicos y ortodoxos principios de disciplina claustral. Ni siquiera en
la Argentina, donde se libraron las más recias batallas ideológicas por la
reforma y de donde salió la palabra nueva a conquistar voluntades y
conciencias, se han realizado integralmente los postulados proclamados el 18. En
su más reciente obra, [2] el compañero Julio V. González, líder de la reforma
argentina y uno de los teóricos más autorizados del movimiento, constata el
hecho de que sólo en la Universidad de Buenos Aires se cumple uno de los
postulados primordiales del movimiento reformista: participación del
estudiantado en el gobierno de la república universitaria; y aun aquí con el
vicio, lesionador de su estructura democrática, de haberse suplantado la
representación de profesores "auxiliares", necesariamente solidarizados
por vínculos corporativos con los "titulares", al antiguo estrato de
estudiantes diplomados. Como dato significativo señalamos la circunstancia de
ser la Universidad de Córdoba, la misma a quien correspondió la iniciación del
movimiento, donde la reacción se ha afirmado mejor.
Cumplida
esta somera exposición de hechos, conocidos perfectamente por todas las gentes
cultas de América, se impone un trabajo de síntesis. Enfocado el panorama con
criterio simplista, -el criterio eficaz de Perogrullo y compañía-, el balance
es inquietante y desalentador. Poco queda en pie, -sigamos de la mano de esas
gentes sencillas que desconocen el sentido de profundidad- de los esfuerzos, de
las luchas, de la sangre vertida para hacer triunfar los principios de reforma universitaria,
nebulosamente esbozados en la proclama de Córdoba y mejor delineados en el
ejercicio de la lucha y en sus experiencias hasta constituir hoy una doctrina,
una posición, como bien la define Rébora. En éste, como en todos los casos,
fracasa el criterio de los que pretenden aplicar una estimativa rudimentaria,
matizada de sospechoso pragmatismo, a los resultados de un esfuerzo de
superación. La reforma cumplió su rol histórico. Ella definió las posiciones de
lucha de una generación y templó en sus revueltas los espíritus del grupo de
líderes que hoy forma de avanzada, leales a sí mismos y a los postulados
reformistas, en el frente revolucionario y antiimperialista. Ella, con sus
disciplinas de acción, con sus conquistas y, sobre todo, con sus fracasos, creó
una táctica de lucha, aprovechada a conciencia por nosotros, los que ahora
decimos nuestra palabra y recién empezamos a cumplir nuestro rol.
II
Los
universitarios de Venezuela no respondieron al llamado de la reforma. No tenían
universidad que reformar. Desde 1912 permanecía clausurada el aula, por decreto
ejecutivo de Gómez, refrendado por el entonces Ministro de Instrucción Pública,
doctor Tadeo Guevara Rojas. El régimen "rehabilitador", predominio
sobre la porción civilizada de Venezuela de la horda y de la mentalidad de la
horda, se ha caracterizado siempre por un odio implacable a la cultura, a la
ciudad. Por eso, cuando los vientos frondistas de la reforma agitaron la
conciencia nueva americana, la familia universitaria de Venezuela estaba dispersa.
En la Rotunda arrastraban grillos algunos de sus líderes; otros formaban ya en
las filas de la emigración revolucionaria; los pocos que habían logrado eludir
las persecuciones de la dictadura se hallaban imposibilitados para intentar una
acción de grupo, ya que el estudiantado de las distintas facultades estaba
diseminado en los cuatro o cinco locales particulares donde aquéllas
funcionaban. Expulsados del hogar común, clausuradas por disposiciones
policiales sus centros y sus órganos de publicidad, impedidos de ejercer los
derechos de asociación y libre crítica, los que formaban en la generación que
precede a la nuestra no pudieron decir su palabra de solidaridad con los
hombres que, a la misma hora, afirmaban la unidad ideológica del continente. Sin
embargo, la reforma-función, la reforma como llamado y norma de lucha social,
se realizó en Venezuela antes que en ningún otro pueblo del continente, sin
exceptuar a los que estuvieron de vanguardia en los debates doctrinarios. Los
estudiantes caraqueños, sin previa declaración de principios, actuaban en el
mismo año 18 en el sentido de actualizar sobre la realidad social lo que en esa
hora era apenas antevisión en los más alertas espíritus reformistas: el rol
político de la universidad. Relatemos hechos. La pandemia de gripe que asoló al
mundo a mediados del 18 causó en Venezuela terribles estragos, explicables
porque en nuestro pueblo la higiene pública es otros de los tantos mitos en que
se funda un régimen de gobierno sin sentido de previsión nacional. Gómez y sus
corifeos de borla y de sable, desprovistos de la más elemental noción de
responsabilidad, huyeron desesperadamente de las posibilidades de contagio; y
aislados por un cordón militar del resto de la república, contemplaron
impasibles desde un lejano pueblo del interior del país, -San Juan de los
Morros-, la tragedia de Caracas. Abandonada de los recursos oficiales, la
ciudad enterraba todos los días millaradas de sus habitantes. Desde su anonimia
vigilante surgió entonces el estudiantado. Desplazando a teóricas "cruces
rojas" y a espectaculares "juntas de socorro", los estudiantes
asumieron la solución de los problemas derivados de la peste. La labor cumplida
por el grupo fue formidable. Miles de proletarios fueron librados de la muerte
por la muchachada idealista y briosa que se impuso el deber de asistir a su
pueblo en la hora de la prueba. En los dispensarios, día y noche; distribuyendo
medicinas y alimentos en las barriadas pobres; trasladando cadáveres a los
cementerios; abriendo ellos mismos las fosas donde enterrarlos. Y por debajo de
esa labor heroica, otra, paralela, de agitación política. Enfocando el doble
aspecto de esa fervorosa empresa de juventud, escribe José Rafael Pocaterra
“…el heroísmo de los muchachos de la universidad, perseguidos, disueltos,
ultrajados, desposeídos del derecho a una profesión, -pues que el bárbaro había
clausurado la universidad desde siete años antes-, aquellos niños, última
reserva de una sociedad que se marchitó sin florecer, aquellos niños que han
enterrado sus líderes con marcas de grilletes en las piernas y devorado su
angustia ante el prestigio insolente de media docena de idoletes académicos,
aquellos adolescentes blasón de la raza, orgullo santo de la madre material que
los parió y de la patria nutriz de sus ideales, mientras conspiraban para la
caída del déspota miedoso, cumpliendo dos santos deberes en un solo impulso,
lanzáronse al socorro de la ciudad procera” [3], La peste fue conjurada. Las
masas populares se sintieron más cerca que nunca del estudiantado, después de
la labor cumplida por éste en momentos aciagos. En esos mismos días tuvieron
ocasión de demostrarlo. En la fecha del onomástico de Alberto I de Bélgica,
organizó la federación de estudiantes una manifestación de simpatía y de
solidaridad con el pueblo belga, el más sacrificado en la matanza imperialista
de 1914. Sin ahondar en las características económicas del conflicto mundial,
transidos por aquella aura mística que despertó en la humanidad la fraseología
cuáquero-pacifista de Wilson, ingenuamente convencidos de que el abatimiento
del imperialismo teutón significaba el triunfo de la "justicia" y del
"derecho", los muchachos de la universidad seguidos de multitudes
enfervorizadas, se echaron a las calles, portando las banderas aliadas y
vitoreando a Bélgica, a Francia, a Italia. Gómez era furibundo germanófilo. La
brutalidad teutona, patrón de su propia brutalidad, y algunos millones de
marcos depositados en los Bancos de Berlín, le solidarizaban con la causa de
Alemania. Esto bien lo sabían los universitarios, y por eso, su manifestación
ententista respondía también al propósito de definir una posición de divorcio
con el criterio oficial. La manifestación no recorrió muchas calles. Los
batallones policiales, revólver y macana en mano, surgieron a poco para
disolverla. Estudiantes y obreros fueron masacrados. Los representantes
diplomáticos de los países aliados, a excepción de Leonard Bourseaux, no
aventuraron ni la menor protesta por este atentado ni por las numerosas
prisiones de líderes que le sucedieron. Meses después de esta manifestación, ya
el vasto trabajo conspirativo que se venía realizando, llegó a su fin. A una
voz, se movería aquel engranaje pacientemente construido. La misma no¬che del
golpe, faltando apenas minutos para realizarse la acción que salvaría la
república, fueron denunciados los conspiradores por un militar traidor. Toda la
plana joven de la milicia nacional, intelectuales, estudiantes y obreros en
enorme cantidad, fueron encarcelados esa misma noche y durante los días
siguientes. La dictadura inició una etapa terrorista tan intensa como no se
tenía antecedente en la historia de los despotismos venezolanos. El tortol y el
arsénico se pusieron a la orden del día. Dos años después, un 75% de los
encarcelados había fallecido de "muerte natural. [4] Los que salvaron su
vida continuaron por muchos años soportando grillos y torturas en las celdas
"rehabilitadoras". Desde entonces hasta principios de 1927, no fue
posible la reorganización de centros estudiantiles, ni mucho menos de una
federación nacional de estudiantes. En la fecha apuntada, velando con hábiles
sofismas la finalidad de la agrupación en el proyecto de reglamento presentado
a la censura oficial, logramos permiso para agruparnos. La F.E.V., se organizó
de inmediato. Era necesario un distintivo del grupo; y la boina vasca arropó
nuestras cabezas. Menos trascendente que el capelo de Oxford o que el manto de
Heidelberg, el distintivo universitario se conquistó de inmediato carta de
ciudadanía caraqueña. No por acaso escogimos la gorra de Vizcaya como señal de
grupo. Era un distintivo que no tendía a aislarnos de la multitud sino a
meternos dentro de ella. Por su filiación proletaria nos distanciaba
resueltamente de la chistera burguesa. Más allá del hecho simple de
diferenciarnos de los hombres grises, que urgidos de apetitos y de miserias
pequeñas cerraban los ojos ante la bancarrota de la república, se agitaba una
cuestión de ideología en el criterio electivo que nos guió. Comenzamos a
actuar. A principios del 28 decretamos la Semana del Estudiante. El programa de
festejos nada sugería. Era delicuescente, patriotero: ofrendas florales sobre
la huesa de los libertadores, veladas líricas, batallas de flores, bailes
sociales... Muchachadas, sentenciaron los teorizantes de la acción, escépticos
de prestado, discípulos de un Bergeret lamentablemente traducido al criollo.
Desde la iniciación de la Semana, el gobierno y las multitudes supieron de qué
se trataba. Alto y recio dijimos nuestra palabra de rebeldía, oída con expectante
fervor por las masas. Resueltamente, en discursos y poemas, en veladas de
teatro y en mitines de plaza pública, agredimos al régimen y a sus hombres. La
reacción no se hizo esperar. Los cuatro universitarios que habíamos alzado
demasiado la voz, los que en forma más franca definimos la posición de la
juventud, fuimos a la cárcel, con 90 libras de hierro en los pies.
Solidarizándose con los encarcelados, el resto del grupo, respaldado en todo
momento por las masas populares urbanas, inició una serie de manifestaciones
hostiles a la dictadura. Durante varios días hubo un paro general en Caracas.
El obrerismo, escaso en un medio poco industrializado, desorganizado al extremo
de no estar agrupados sino muy pocos de entre ellos en los rudimentarios sindicatos
profesionales de auxilio mutuo, abandonó en masa los talleres y las fábricas;
y, sin cajas ni comités de huelga que los respaldaran y dirigieran, empujados
por su propia desesperación, se lanzaron a las calles a batirse a pedradas
contra las metrallas que hacían funcionar "enérgicamente" los
depositarios de la "paz". Los estudiantes, en número de 300, e
incontable cantidad de obreros, fueron encarcelados. En abril nos libertaron,
presionada la dictadura para hacerlo por la corriente de opinión interna y por
las protestas sustentadas en el exterior por hombres, periódicos y asociaciones
libres. A los pocos días de estar libertados, en combinación con un grupo de
oficiales jóvenes y con los cadetes de la Escuela Militar, asaltamos a tiros el
cuartel de Miraflores. Cuatro de los más impenitentes lacayos de sable del
gomezolato quedaron tendidos. Una delación de última hora nos impidió cumplir
la segunda parte de nuestro plan -asalto por sorpresa del Cuartel San Carlos,
donde estaba concentrado todo el parque- y tuvimos que retirarnos de
Miraflores, dejando muerto a uno de los nuestros y heridos o presos a otros
más. Perseguidos activamente los dirigentes del fracasado movimiento, nos
exilamos los que logramos evitar ser reconocidos por el servicio de espionaje
establecido en todos los puertos de la república. Otros ingresaron en La
Rotunda o al Cas¬tillo de Puerto Cabello, con el clásico par de grillos. A esta
etapa de represiones violentas siguió un período de aparente inactividad en los
rangos estudiantiles. Todo parecía indicar que la actitud del estudiantado
había sido exaltación jacobina de un momento. En los primeros días de octubre
demostró lo contrario. Es un breve memorial, donde se invocaba el derecho de
petición que a los ciudadanos de la Unión garantiza la carta política vigente,
exigió del gobierno la inmediata libertad de los encarcelados, estudiantes,
obreros, militares, profesionales. La respuesta de la dictadura fue inmediata.
91 universitarios, los firmantes del memorial, fueron arrestados por la policía
y deportados a una lejana región del país, condenados por la voluntad del
"Jefe" a trabajar en la construcción de un camino carretero. El 11
del mismo mes organizó el resto de estudiantes federados una manifestación de
protesta popular por la deportación de sus compañeros. Disciplinados por las
consignas del comité organizador, los manifestantes nos lanzaban vivas. Era un
desfile silencioso, austero, integrado por miles de ciudadanos, a cuya cabeza,
con el pabellón de la F.E.V., iban los estudiantes. La barbarie entró en
acción. Eustaquio Gómez, pariente del déspota, acompañado de un grupo de los
más feroces "leales" del régimen, con el respaldo de un escuadrón de
gendarmes montados, hizo fuego contra la multitud. Numerosos ciudadanos y
estudiantes cayeron, heridos por las descargas nutridas de aquellos
"valientes" o atropellados por las bestias de la soldadesca. Los que
se salvaron de la masacre fueron encarcelados, yen partidas sucesivas, enviados
al sitio de deportación donde se encontraba ya el primer grupo. El aula quedó
vacía. Si apenas continuaron concurriendo a ella unos cuantos hijos de hombres
del régimen. Durante doce meses, bajo sol y bajo lluvias, mal alimentados y
peor tratados, los estudiantes estuvieron abriendo en plena montaña el camino
por donde ya está en marcha la revolución. El golpe de los picos no mordía sólo
la tierra de la región dura y soleada; hasta la conciencia de las masas,
despertándolas de su letargo esclavo, iban las puntas aceradas. Desde comienzos
del año los movimientos populares armados se sucedieron unos detrás de otros.
José Rafael Gabaldón, Arévalo Cedeño, Dorta, encabezaron esos movimientos.
Urbina, Machado, un grupo de universitarios desterrados, los obreros
venezolanos de la Royal Dutch, asaltaron en junio la fortaleza Wihelmina, en la
colonia holandesa de Curazao; y, luego de castigar con esa acción las
complacencias del imperialismo con la dictadura gomecista, llevadas a extremo
de ser la policía curazoleña una avanzada en el Caribe del régimen que despotiza
a Venezuela, in¬vadieron sobre la costa occidental del país, en un barco
mercante americano del que se apropiaron a las guapas. En agosto, Delgado
Chalbaud y los expedicionarios del Falke desembarcaron en la costa oriental de
la república; y si detalles de técnica hicieron fracasar la expedición, queda
de ella el ejemplo heroico de los que se dieron en sacrificio, lecciones por
aprovechar para cuantos estamos compactos y resueltos a ir de nuevo a la acción
armada y pruebas renovadas de que el pueblo venezolano está dispuesto a
cancelar con la revolución, a todo trance, cueste lo que cueste, al régimen
feudal y despótico que lo rige. El problema político de Venezuela por obra de
la acción inicial del estudiantado, con la cual se solidarizaron de inmediato
las masas populares, queda planteado en tal forma que no tiene sino una sola y
única solución: la revolución se hará, aun cuando se confabule contra nosotros
la internacional imperialista y sus agentes reaccio¬narios y traidores que son
hoy poder en todos los pueblos de Latinoamérica.
III
El
movimiento estudiantil-obrero de Caracas tuvo inmediatas proyecciones en otros
pueblos continentales. Las vanguardias colombianas fueron las primeras en
solidarizarse con nuestra actuación, en forma de manifestaciones hostiles a la
dictadura venezolana y a su representante en Bogotá, el mal poeta y peor
ciudadano Andrés Eloy de la Rosa. Y luego, llevando al terreno de la propia
beligerancia las sugestiones que, a través del Ande, les venían de Caracas,
actuaron en forma similar a la nuestra. En abril del 29 adoptaron también la
boina vasca como señal de grupo; y a poco, en los primeros días de junio,
tuvieron oportunidad de llevarla a la barricada, para bautizarla con sangre de
estudiante. Protestando por la designación de Cortés Vargas, asesino de los
trabajadores huelguistas de la Zona Bananera, para un alto cargo
administrativo, los estudiantes de Bogotá organizaron una manifestación
popular. Las descargas de la policía mataron al universitario Gonzalo Bravo.
Más de cien mil personas acompañaron su ataúd. Los líderes estudiantiles,
orientando hacia finalidades concretas los sentimientos populares de protesta,
crearon al gobierno de Abadía Méndez una situación en extremo crítica, la cual
vino a resolverse con la renuncia del Secretario de Guerra Rengifo y con la
destitución inmediata de Cortés Vargas. Fortalecidos por este triunfo de
opinión, el estudiantado de Colombia ha continuado actuando en forma
definidamente política. Un dato expresivo a este respecto lo señalamos en la
resolución adoptada recientemente por el Centro Departamental de estudiantes
bogotanos de controlar, por vía de comisiones elegidas del seno del grupo, las
elecciones municipales de la capital y evitar de ese modo los fraudes que se
cometen en las urnas por el partido en el poder.
El
estudiantado mexicano insurgió luego, logrando, con el concurso de huelgas y de
otras armas de lucha social, la total autonomía universitaria, funcional y
económica. Aún en fermento la sangre joven por las revueltas que dieron esas
conquistas, se planteó la cuestión eleccionaria. En forma decidida han actuado
las izquierdas estudiantiles en el partido anti-reeleccionista que dirige
Vasconcelos, cuyo triunfo en las urnas del voto fue escamoteado por manejos de
los hombres del gobierno de Portes Gil, empeñados en hacer triunfar la
candidatura oficial de Ortiz Rubio. En esta hora incierta, cuando la reacción,
aliándose con el imperialismo, amenaza liquidar las conquistas de la
revolución, necesita México del concurso resuelto de su gente joven; y ésta no
se lo ha negado, desplazándose en forma definida y activa de las cuestiones
específicamente universitarias a las de la lucha política y social.
En Santo
Domingo, el estudiantado también dijo su palabra, en un reciente conflicto
interno. Desde mediados del año pasado venía anunciándose en el país una aguda
crisis política determinada por el propósito continuista del gobierno de
Horacio Vásquez. Conscientes de su responsabilidad social, las vanguardias
universitarias definieron su posición. El líder Luis Romanace, dio cauce y
forma a esa actitud. En los primeros días de febrero hizo reunir la Asociación
Nacional de Estudiantes para poner en consideración del grupo una moción que él
concretaba así: "Enviarle al Presidente de la República, General Horacio
Vásquez, una exposición sobre la crítica situación del país y las funestas
consecuencias que pueden sobrevenir de ella y pedirle como una manera de
conjurar el peligro que desista inmediatamente de su reelección".
Razonando esa proposición, recuerda el compañero Romanace el entusiasmo
comprensivo con que la gente joven de Santo Domingo acogió mis campañas de
prensa y de palabra contra el régimen estúpido de Juan Vicente Gómez y
concluye: "Si seguimos el criterio de considerar estos asuntos
trascendentales como ajenos al fin de nuestra asociación, tendremos que
reconocer que no fuimos sinceros cuando aplaudimos la actitud de nuestros
compañeros de Venezuela y de Haití". Elementos ajenos a la A.N.E.U.,
enviados expresamente por el gobierno, provistos de armas y con la consigna de
obstaculizar la votación, impidieron que triunfara la tesis de Romanace cuando
fue propuesta al estudiantado. En el teatro donde se celebraba la sesión se
promovió un escándalo, que prácticamente escindió en dos grupos a la A.N.E.U.
De un lado, con su bagaje de ideas heredadas a la espalda, quedaron los tibios,
los apolíticos -o políticos digestivos-, los que "hacen de la juventud
profesión"; del otro, militante y audaz, se situó en su línea de acción el
sector de los independientes. El compañero Romanace, relatando lo sucedido en
el Teatro Rialto de la capital dominicana durante la sesión a que hemos hecho
referencia, escribía así a los directores de la compactación oposi¬cionista, en
carta pública fechada el 18 de febrero: "Quiero hacerles notar a Uds. este
hecho -se refiere a la injerencia del gobierno en las deliberaciones
estudiantiles- para poder interrogarles de esta manera: ¿Es lógico presumir que
el gobierno celebrará unas elecciones presidenciales verdaderamente libres
cuando en una sencilla votación de ciento y tantos estudiantes ejerce la tan
denigrante presión a que me refiero?". La respuesta de la compactación fue
recurrir, seis días después, al remedio de las armas. En Santiago de los
Caballeros estalló un movi¬miento popular armado que en el curso de una semana,
sin mayores derramamientos de sangre, echó por tierra al régimen continuista de
Horacio Vásquez. Su gobierno pertenece ya al pasado. El futuro será modelado
por manos de gen¬te joven, más limpias y más eficientes para la función
directora.
El
estudiantado de España, reflejando la inquietud americana, actuó también,
adoptando valientes posiciones frente a la estupidez encharreterada del
Directorio. Tomando como inmediata plataforma de acción una protesta ante
concesiones ilegales hechas por Primo de Rivera a institutos educacionales de
los jesuitas -sus colegas en el parasitismo burocrático-, los universitarios
orientaron luego el sentido de sus luchas hacia el terreno positivo de la
política. Los dragones de Alfonso, hombre de paja de la dictadura, disolvieron
a mandoblazos las manifestaciones estudiantiles-obreras. El Primo y sus
esbirros demostraron con la brutal energía desplegada en esta oportunidad, que
habían penetrado bien el sentido de la revuelta. Detrás de la muchachada
idealista y briosa estaba el espíritu de todo un pueblo. Desde su destierro en
Hendaya, abarcó el panorama del momento la pupila abuela de Don Miguel de
Unamuno; y arrancándose de la entraña palabras de comprensión y de aliento se
las envió en un mensaje, noble y vigilante, como todo lo que sale de la pluma
veterana del gran viejo. El movimiento estudiantil fue debelado, mas sólo de
manera transitoria. Expresión de un fenómeno profundamente enraizado en las
condiciones polí¬tico-sociales de la nación, pervivía en potencia, esperando el
momento de manifestarse. Yen estos mismos días brotó otra vez. El frente
reaccionario no resistió el asalto. Primo y su camarilla clérigo-militar fueron
desplazados del gobierno. En el triunfo se crecerán las reservas dinámicas y la
fe en sí misma de la nueva generación. Y será ella, si se disciplina y se pone
a tono con el sentido social-antítesis del inveterado individualismo anárquico
de los españoles- que orienta hoy toda lucha política, la que liquidará el ya
carcomido régimen dinástico de los Borbones y hará de su patria una democracia
revolucionaria.
Con
visión panorámica hemos abarcado el proceso de los movimientos estudiantiles de
Latinoamérica y su proyección en España. En forma sintética pasamos revista a
los inmediatamente posteriores a la insurgencia de Córdoba, ya que las obras de
los compañeros del Mazo, Ripa, Alberdi, González, etc., han llevado al
conocimiento de las gentes cultas de América las peripecias de esas luchas. Mayor
suma de datos hemos aportado al estudio de los movimientos de reciente fecha,
especialmente al movimiento venezolano, del cual fuimos actores y cuyas
proyecciones han sido sin duda las más trascendentales dentro de la lucha
antidictatorial y revolucionaria. Se impone un balance general. Y ese balance
nos lleva antes que todo a la conclusión, al examinar la semejanza de objetivos
de lucha de las guerrillas rebeldes, de que las izquierdas estudiantiles se han
desplazado resueltamente hacia los debates de la plaza pública, hacia la
política activa y militante. Sólo en momentos aislados, como reacción
transitoria ante determinadas condiciones ambientes, pudieron los precursores
de la reforma interesar al alumnado en los problemas no universitarios. La mecánica
determinista de los mismos hechos sociales, cumplidos en una dirección
progresivamente coaccionadora del espíritu de libertad, se encargó de elaborar
en la gente joven la conciencia de responsabilidad social, tan borrosamente
acusada hace diez años. Y urgida por ese sentido de responsabilidad, ha actuado
con firme decisión contra las clases traidoras que usurpan el poder en nuestros
pueblos.
La labor
cumplida y la labor en marcha es para enfervorizar a cuantos luchan por una
América consciente de su destino. Sin embargo, cegados por su afán ortodoxo,
por su pasión izquierdista -"manía infantil", decía Lenin-los
"rojos" del continente, reunidos en Buenos Aires para celebrar la
Primera Conferencia Comunista Latinoamericana calificaron desdeñosamente a nuestras
luchas como "movimientos pequeño-burgueses de intelectuales". Si
fueran menos dóciles para aceptar, sin previa crítica solventadora, tesis
redactadas en Europa con el más paladino desconocimiento de las condiciones
político-sociales del continente, no desdeñarían estos compañeros el aporte de
nuestras luchas a la causa revolucionaria. Aporte trascendental, por cuanto
ellas, al derrocar a las dictaduras criollas, aliadas del imperialismo
extranjero, habrán trascendido la primera etapa de la jornada antiimperialista
y social de América Latina.
RÓMULO
ANTONIO BETANCOURT
[1] Haya
de la Torre, “Por la Emancipación de América Latina”, Buenos Aires, 1927.
[2]
Joaquín V. González, “La Emancipación de la universidad”, Buenos Aires, 1929.
[3] José
Rafael Pocaterra, “Memorias de un venezolano en la decadencia”, Bogotá, 1927.
[4]
Pocaterra incorpora ese dato al expediente de la barbarie andina y comenta:
"Ni las pestes antiguas ni las guerras modernas, arrojan un porcentaje tan
aterrador de víctimas". La tyrannie au Vénézuela. Gómez, la
honte de l'Amérique. André Delpëche. París, 1928.
Publicado
por Dres. Juan O. Pons y N.
Florencia Pons Belmonte
Etiquetas:
Betancourt Romulo - Discursos y Documentos
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