EL PLAN DE BARRANQUILLA [1]
Rómulo A. Betancourt y otros
[22 de Marzo de 1931]
La
repercusión de los movimientos insurgentes iniciados en América latina al
finalizar 1929 y continuados durante los años 30 y 31; la crisis económica; la
creciente saturación del descontento en las masas; la anarquía agudizada entre
los servidores del despotismo, ante la decrepitud del jefe del régimen y la
imposibilidad de acordarse entre ellos para designarle sucesor, son factores
concurrentes que nos autorizan a esperar un próximo y decisivo conflicto entre
las masas populares de Venezuela y el gobierno de los Gómez. Dentro de la más
rigurosa lógica histórica está también la previsión de que en esa lucha, tras
peripecias poco prolongadas, triunfará la voluntad nacional.
La historia de
América, en sus cien años de lucha contra el absolutismo personalista, tiene
constatado el hecho de que ninguno de los gobiernos de fuerza se bastaron con
el solo aparato militar para sostenerse indefinidamente cuando ya el
determinismo de la evolución había señalado su caída. Como Porfirio Díaz y como
Juan Manuel Rosas, Gómez será arrollado por el primer imitador de Madero o
Urquiza que trasporte a Venezuela, en ésta o aquella forma, rifles y cartuchos.
Ya las masas venezolanas están "armadas de la resolución vehemente de
armarse", cumpliéndose la más fundamental de entre las condiciones
objetivas que para poner a la orden del día la insurrección exigen los de la
rigurosa dialéctica materialista.
Ahora
bien, ante el desarrollo de acontecimientos que llevarán fatalmente a la
revolución, cuál es la actitud de los sectores de vanguardia de la oposición,
dentro y fuera del país? De expectativa; o de esfuerzo y labor polarizados
exclusivamente hacia una finalidad inmediata: la de derrocar el gomecismo. Si
la primera actitud es indigna y vergonzosa, la segunda aun cuando justa en
cierta medida, es condenable en su aspecto de unilateralidad de la acción.
Coexistiendo con la tarea concreta de acopiar elementos de todo orden para la
lucha armada, debe desarrollarse activamente otra de análisis de los factores
políticos, sociales y económicos que permitieron el arraigo y duración
prolongada del orden de cosas que se pretende destruir. Si no se cumple esta
tarea, el triunfo de la revolución, o de la acción cualquiera que termine con
el régimen de Gómez, nos hallaría profesando la tesis simplista y
antisociológica de que la "zarnarraría" y la "ausencia de
fronteras morales" en aquél explican y justifican el cuarto siglo de
rehabilitación. En consecuencia, se caería también en el error de suponer que
con la simple renovación de la superestructura política estaba asegurado para
Venezuela un ciclo de vida patriarcal. "Hombres honrados en el poder y
Venezuela está salvada", es la fórmula en que traducen su atolondrado
optimismo quienes sólo en Gómez y en su persistencia radican la causa
determinante de nuestra inestabilidad nacional.
La verdad de los hechos es otra. El análisis
penetrante de la situación venezolana, la confrontación de sus problemas con
similares en otros pueblos de América latina, la aplicación al estudio de su
evolución histórica de los métodos de la ciencia social contemporánea, el
esfuerzo decidido de ir más allá de las explicaciones superficiales de los
fenómenos para buscarles sus causas últimas, nos llevan al convencimiento de
que el despotismo ha sido en Venezuela, como en el resto del continente,
expresión de una estructura social económica de caracteres diferenciados y
precisables sin dificultad.
Estos
factores son internos unos y externos otros. Los primeros, pueden referirse al
que los comprende y explica a todos: la organización político económica
semi-feudal de nuestra sociedad. Los segundos, a la penetración capitalista
extranjera. Analicémoslos separadamente.
ORGANIZACIÓN POLÍTICO ECONÓMICA SEMI-FEUDAL.
La
colonia, como organización jurídica y social, ha pervivido dentro de la
república. Legislando en nombre de una teórica y jamás consultada
"voluntad popular"; quienes concretaron en leyes los resultados de la
revolución de independencia respetaron los fundamentos económicos feudales de
la sociedad venezolana. Por debajo del nebuloso jacobinismo de la Sociedad
Patriótica de igual manera que en el reposado acento de los primeros
constituyentes de Caracas alentaba una misma aspiración de la
"nobleza" criolla: mantener dentro de la república su posición privilegiada
de casta poseyente de cultura y de tierras, de esclavos explotados y de
sutilezas escolásticas para justificar esa explotación. La Constitución
caraqueña del año 11, las promulgadas por todas las legislaturas provinciales
en esos mismos días, fueron elaboradas en armonía con ese criterio de la clase
dirigente y para que sirvieran en sus manos de eficaz elemento de dominación.
Todas consagraron el principio oligárquico, negación automática de esa
democracia teóricamente proclamada, de que sólo los poseyentes de bienes raíces
podían aspirar a funciones dirigentes. Los que nada tenían, la masa expoliada,
sólo sirvió para darle cuotas de sangre a sus "señores" y para
ayudarlos con ellas a extender a radios mayores que la "hacienda" o
el "hato" patrimoniales el dominio de su influencia. A través de cien
años, para las masas populares la situación continúa idéntica. Escindida
Venezuela de la Gran Colombia, los "canastilleros" del año 30,
aliados con la burguesía rural de cepa latifundista se compactaron alrededor de
Páez, traidor de los ideales de su clase y conculcador sistemático de la
libertad económica de los hombres con los cuales había luchado por la conquista
de la libertad política. En las combinaciones de los dirigentes
"godos", del 30 al 46, no se cantó nunca, para nada, al pueblo, a la
nación. La oligarquía liberal, aparte reformas formales utilizadas como
"carnadas" para atraerse multitudes hambrientas de justicia social,
fue tan respetuosa como la oligarquía conservadora del derecho para la burguesía
criolla y para el capital extranjero de explotar en la ciudad y en el campo a
los trabajadores manuales ya los sectores intelectuales y medio no corrompidos.
El desplazamiento del poder de una oligarquía por la otra no ha significado
hasta ahora sino la alternabilidad de divisas partidaristas en unos mismos
grupos ávidos de lucro y de mando, identificados en procedimientos de gobierno
y de administración. Hasta ahora no ha tenido Venezuela en su ciclo de
república ningún hombre cerca de la masa, ningún político identificado con las
necesidades e ideales de la multitud. Las apetencias populares han buscado, en
vano, quienes las interpreten honradamente y honradamente pidan para ellas
beligerancia. Hombres de acción y hombres de pensamiento, "guapos" y
"literatos" se acordaron en toda época para ahogar el clamor de los
bajos fondos sociales. Por eso, hoy como en los días de la colonia, los hijos
de los esclavos "libertados" por el teatral decreto de los asesinos
del Congreso en el 48, están sometidos en el campo y en la fábrica a todas las
ignorancias, a salarios de hambre y, a un régimen brutal de explotación, por
sistemas semi-esclavistas, del hombre por el hombre.
La clase
mantuana criolla fue a la revolución empujada por sus intereses de clase. Iba a
suplantar el dominio metropolitano en la explotación directa de las masas, a
reivindicar para si el derecho a ejercer "la tiranía activa y
doméstica". Pero, la burguesía colonial no estaba orgánicamente capacitada
para gobernar sola. Su evolución económica y política no había cerrado el ciclo
que determina la madurez en la actitud de una clase para monopolizar el poder.
Le fue necesario pactar con una casta de hombres surgida de los azares de la
guerra y con profundos arraigos en la conciencia popular, que en ellos creía
ver la encarnación de su destino. Los mantuanos de la segunda república rodean
por eso a Páez, jefe de masas, surgido de la masa. Desde entonces, ya no
terminará más el acuerdo del latifundista, -siendo agraria nuestra realidad, la
burguesía urbana e industrial apenas comienza hoya cobrar fuerzas- con el
"guapo" de turno en la presidencia. Caudillismo y latifundismo son y
han sido, en lo interior, los dos términos de nuestra ecuación política y
social.
Para
caudillos y latifundistas la situación semi-hambrienta de las masas y su
ignorancia san condiciones indispensables para asegurarse impunidad en la
explotación de ellas. Sin libertad económica, analfabetos y degenerados por los
vicios, los trabajadores de la ciudad y del campo no pueden elevarse a la
comprensión de sus necesidades ni son capaces de encontrarle cauce a sus
anhelos confusos de dignidad civil. La ausencia de protección por parte de
nuestros gobiernos a las clases trabajadoras, lógica por el compadrazgo ya
señalado de "generales" legisladores con dueños de haciendas y de
fábricas, se aprecia por la simple consideración de que el primer código del
trabajo promulgado en Venezuela, yeso de reaccionaria contextura fascista,
corresponde al año de 1928. En cuanto a educación popular, un 90% de
analfabetos demuestra cómo a pesar del "magnánimo" decreto de Guzmán
Blanco y de los demás "esfuerzos" posteriores en el mismo sentido,
-incluyendo la reciente campaña de desanalfabetización decretada por Samuel
Niño-los fideicomisarios de la república de la clase dominante colonial han
realizado a cabalidad el anhelo expresado en 17% por los munícipes de Caracas,
en Acta dirigida al rey, de que se continuara negando a las clases bajas
"la ilustración de que hasta entonces habían carecido". La industria
del "aguardiente" y el monopolio de la "jugada',
mercantilización de taras sociales en beneficio de oligarquías, han sido otros
de los instrumentos utilizados por nuestras llamadas clases dirigentes para
docilizar masas ignaras. El balance de un siglo para los de abajo, para la
masa, es éste: hambre, ignorancia y vicio. Esos tres soportes han sostenido el
edificio de los despotismos.
Estos
elementos de descomposición no pueden desaparecer de nuestro organismo nacional
si no se renueva en sus propios fundamentos la estructura jurídica y social que
los ha producido. Inatacada en sus bases la organización actual de la sociedad
venezolana, no procurándose una más justa distribución de riqueza y de cultura
entre sus componentes, se corre el riesgo seguro de que fracasen los mejores
ideales políticos de los hombres que deben sustituir en el poder a la horda que
lo detenta, apenas hayan desaparecido esos hombres del escenario público, si es
que antes no los hubiere inutilizado una acción contrarrevolucionaria. Si en la
alianza latifundista-caudillista se apoyaron primero las oligarquías y luego la
autocracia para explotar al país, minar esa alianza, luchar contra ella hasta
destruirla, debe ser la aspiración consciente de los venezolanos con un nuevo y
menos gaseoso concepto de la libertad que el profesado por los jacobinos de
todos los tiempos de la república, convencidos ingenuos de que sufragio
universal, el juicio por jurados y otras conquistas de orden democrático bastan
para asegurar el "respeto a la ley" y "la felicidad de los
pueblos".
Nuestra
revolución debe ser social y no meramente política. Liquidar a Gómez y con él
al gomecismo, vale decir, al régimen latifundista-caudillista, entraña la
necesidad de destruir en sus fundamentos económicos y sociales un orden de
cosas profundamente enraizado en una sociedad donde la cuestión de la
injusticia esencial no se ha planteado jamás. Protección efectiva para el
proletariado urbano, mejorando y elevando su standard de vida; un pedazo de
tierra, sin capataces y sin amos, para el campesino desposeído por la voracidad
de los terratenientes; educación popular intensiva, primaria y técnica para
ambos estratos sociales; lucha abierta contra los vicios que minan la
contextura moral y física de nuestros hombres, son conquistas primordiales,
inaplazables, sin las cuales nuestra próxima revolución será una de las
"clásicas danzas de espadas" venezolanas, sin trascendentales
repercusiones en el organismo nacional. El logro de estas conquistas significa
el desplazamiento del poder de todo hombre o partido de raíces militaristas y
latifundistas, pues, como lo tienen demostrado cien años de fracaso de los
ideales democráticos, terratenientes y generales son enemigos históricos de la
cultura y mejoramiento de las masas.
PENETRACIÓN CAPITALISTA EXTRANJERA.
Entre el
capitalismo extranjero y la casta latifundista-caudillista criolla ha habido
una alianza tácita en toda época. El antiguo capitalismo exportador de
mercancías como el de la etapa imperialista, exportador de capitales, han
hallado siempre en Venezuela una zona fácil de dominio por la ausencia de
previsión nacionalista en nuestros gobernantes. La alianza tácita de los
explotadores extranjeros con los explotadores criollos se transforma en expresa
obligación contractual cuando Gómez, en los días de la reacción, pide ayuda a
Estados Unidos contra posibles movimientos castristas, ofreciendo de paso la
solución de todos los conflictos de orden internacional con las grandes
potencias, vale decir, ofreciéndole a los capitanes de industrias de esas
potencias protección y apoyo para que realizasen en nuestro país sus calculados
planes de conquista económica. Gómez ha sido consecuente con ese compromiso.
Las industrias no afectadas directamente por su monopolio personal han sido entregadas
sucesivamente, sin control de ninguna clase, a la explotación capitalista
extranjera. La Standard Oil, la Royal Dutch, el Royal Bank, cuatro o cinco
compañías más con capitales integrados en su totalidad en dólares o libras
esterlinas, controlan casi toda la economía nacional. En cambio de esa política
de puerta abierta para la explotación imperialista, que ha entregado las más
productivas fuentes de riqueza venezolana a unas cuantas docenas de banqueros e
industriales yanquis o ingleses, la internacional de los gobiernos capitalistas
le ha prestado resuelta ayuda, en todos los terrenos, al despotismo. No es un
secreto para nadie que en la Secretaría de Estado norteamericana ha tenido el
gomecismo aliado decidido en toda época y para todo. Igual actitud han adoptado
la Cancillería de Inglaterra, Holanda, Francia, etc., así como las de los
países semi-coloniales de América latina mediatizados por grupos de
capitalistas de aquellas grandes potencias. Si relacionamos la situación
venezolana, en su aspecto internacional con las de los otros países del
continente, comprobarnos que no se trata en nuestro caso de una política
determinada a una situación dada, sino de una táctica uniforme aplicada en
todas las zonas de inversión y explotación imperialista desde que el
capitalismo evolucionó de su etapa librecambista a la monopolista, típica en el
último estado de su proceso orgánico que actualmente estamos contemplando. El
capitalismo imperialista necesita apoyar y sostener en el gobierno de los
pueblos donde hace inversiones a hombres sin escrúpulos ni noción de defensa
nacional para asegurarle el máximum de rendimiento a sus trusts y carteles
inversionistas. La internacional imperialista ha sostenido a Gómez en Venezuela
como sostiene y sostendrá en cualquiera de estos países a gobiernos de fuerza,
que con represiones brutales ahogue toda aspiración de mejoras de las clases
trabajadoras, que por el utilitarismo de sus gestores no vacile en poner al
servicio de la explotación extranjera los medios de producción del país. En
consecuencia, la lucha en nuestro pueblo contra el absolutismo político por la
defensa de la autonomía económica y para la protección de las clases
productoras plantea de una vez la cuestión de defensa nacional de la
penetración capitalista extranjera.
CONCLUSIONES. Precisados en el orden interno yen las relaciones
internacionales los factores determinantes de la situación venezolana hemos
suscrito un programa mínimo de acción política y social con vistas a esos
factores. Presumen espíritus simplistas, viciados de la tradicional indolencia
venezolana para ahondar problemas, que "asociaciones cívicas" y otros
remedios fáciles de la misma índole bastarían para promover en el país un
movimiento de dignificación civil. Nosotros, con criterio más realista y
positivo, nutrido de doctrina y de historia, creemos que la elevación del nivel
político y social de las masas no pueden (sic) lograrse sino sobre bases de
independencia económica. Por eso, hemos articulado nuestra plataforma con
postulados de acción social y antiimperialista, trascendiendo resuelta y
conscientemente las aspiraciones retrasadas de quienes creen que basta
moralizar la administración y reformar cuatro o cinco artículos de la
constitución para que Venezuela comience a realizar su destino de pueblo. Hemos
dicho programa mínimo, porque el suscrito hoy por nosotros apenas contempla los
más urgentes problemas nacionales y porque el contenido mismo de nuestros
postulados de acción es apenas reformista. Consecuentes con un método que
repudia la sobreestimación de fuerzas, hemos querido considerar sólo las
necesidades y aspiraciones populares que creemos más urgentes. La marcha misma
del proceso social nos señalará el momento de poner a la orden del día la
cuestión de ampliación y revisión de programa.
PROGRAMA
I.
Hombres civiles al manejo de la cosa pública. Exclusión de todo elemento
militar del mecanismo administrativo durante el período preconstitucional.
Lucha contra el caudillismo militarista.
II. Garantías
para la libre expresión del pensamiento, hablado o escrito, y para los demás
derechos individuales (asociación, reunión, libre tránsito, etc.)
III.
Confiscación de los bienes de Gómez, sus familiares y servidores; y comienzo
inmediato de su explotación por el pueblo y no por jefes revolucionarios
triunfantes.
IV.
Creación de un Tribunal de Salud Pública que investigue y sancione los delitos
del despotismo.
V.
Inmediata expedición de decretos protegiendo las clases productoras de la
tiranía capitalista.
VI.
Intensa campaña de desanalfabetización de las masas obreras y campesinas.
Enseñanza técnica industrial y agrícola. Autonomía universitaria funcional y
económica.
VII.
Revisión de los contratos y concesiones celebrados por la nación con el capitalismo
nacional y extranjero. Adopción de una política económica contraria a la
contratación de empréstitos. Nacionalización de las caídas de agua. Control por
el Estado o el Municipio de las industrias que por su carácter constituyen
monopolios de servicios públicos.
VIII.
Convocatoria dentro de un plazo no mayor de un año de una Asamblea
Constituyente, que elija gobierno provisional, reforme la constitución, revise
las leyes que con mayor urgencia lo reclamen y expida las necesarias para
resolver los problemas políticos, sociales y económicos que pondrá a la orden
del día la revolución.
Los que
suscriben este plan se comprometen a luchar por las reivindicaciones en él
sustentadas y a ingresar como militantes activos en el partido político que se
organizará dentro del país sobre sus bases.
En
Barranquilla, a 22 de marzo de 1931.
Rómulo
Betancourt - Pedro A. Juliac - P.J. Rodríguez Berroeta - Mario Plaza Ponte -
Valmore Rodríguez - Simón Betancourt - Raúl Leoni - Juan J. Palacios - César
Camejo - Ricardo Montilla -Carlos Peña Uslar - Rafael Angel Castillo
[1] Se ha
dicho que el Plan de Barranquilla fue del algún modo el
"manifiesto-programa" de la Agrupación de Izquierda (ARDI), fundada
por los firmantes del documento a los pocos días después. Constituyó un “plan
político” muy polémico entre los mismos exiliados venezolanos. El Plan de
Barranquilla sólo fue conocido en Venezuela en 1936 cuando se incluyó en el
Libro rojo que el gobierno del presidente Eleazar López Contreras publicó a
partir de un legajo de documentos que por un descuido atribuido a Raúl Leoni,
habían caído, desde Colombia, en manos de las autoridades venezolanas. El
objetivo fundamental del llamado Libro rojo era demostrar las afiliaciones
comunistas de los firmantes del Plan de Barranquilla, entonces agrupados en el
Movimiento de Organización Venezolana (ORVE). En definitiva, el Plan de
Barranquilla puede considerarse como el primer antecedente político de lo que
posteriormente vendría a ser el partido Acción Democrática, legalizado en 1941
durante la presidencia de Isaias Medina Angarita.
Foto: Estudiantes de la Generación del 28
Tomado de: -http://constitucionweb.blogspot.com/2010/07/el-plan-barranquilla-romulo-betancourt.html
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