“Ha caído Mussolini. El régimen fascista, como forma política del
Estado italiano, se encuentra en pleno y acelerado proceso de
liquidación. La tiranía venal y grandilocuente que desde octubre de 1922
se adueñó de la ilustre nación latina y la deformó a su imagen y
semejanza, ha desaparecido en un episodio tan fulminante, que el simple
observador no sabría precisar si se trata de un golpe de estado o de una
rutinaria crisis ministerial.
La emoción suscitada por la caída del “Duce” no ha correspondido al
dramatismo espectacular que éste intentó siempre imprimir a su obra y a
su personalidad. Y en los propios países beligerantes donde el hecho
podría tener repercusiones de la mayor trascendencia, el acontecimiento
se ha contemplado como un signo más de la suerte de la guerra, sin que
el pueblo inglés o el norteamericano, por ejemplo, se atribuyan los
méritos excesivos por el derrumbe del “coloso” de tan imponente
apariencia.
¡Mussolini es Italia! ¡Italia es Mussolini! Tales las expresiones que
mejor condensaban la pretendida “filosofía” del sistema. Y fieles a la
esa doctrina de Bajo Imperio, los jerarcas de pasado dudoso, capitanes
de las bandas del fascio, se dieron a la tarea de secuestrar la
cultura, la economía, la vida entera de uno de los pueblos más
historiados de la tierra, para poner el conjunto de esas fuerzas añ
servicio de la voluntad y la imaginación de un aventurero resentido y
ávido, transfuga de contrapuestas ideologías. Toda una generación de
italianos, precisamente la que ha combatido en África, en Rusia, y ahora
en su propio suelo, nació, creció y aprendió a pensar en esa atmósfera
de artificio, de engaño y de falsa exaltación.
Y sin embargo, Italia no era Mussolini. La voluntad y la disciplina
férreas que el César de opereta se atribuía a sí mismo y que pretendía
haber inculcado a su pueblo, eran pura palabrería. La eficiencia en la
organización del trabajo; la capacitación de la industria; el
perfeccionamiento de la explotación agrícola; el desarrollo y la
generalización de la técnica; la popularización de la cultura; la
armoniosa estructuración de todo un orden social, en fin, que el
fascismo agitaba como un título incontrastable y como una garantía
segura del futuro grandioso de Italia, eran falsificaciones deleznables,
edificaciones de c artón-piedra para embaucar a los incautos y
conquistar la admiración de algunos extranjeros superficiales.
(…)
El progreso político, social y cultural
-comprendámoslo bien-, no lo alcanzan los pueblos a través de hombres
providenciales. Se expresa y se manifiesta en el gran esfuerzo
colectivo; en la voluntad consciente y libre de las mayorías; en la ley
elaborada por Congresos elegidos en limpios comicios; en el orden
democrático, que es el elemento indispensable para el hacer creador de
la colectividad humana.
(…)
La falsificación de 1922 persistió hasta
1943. Ahora presenciamos sus consecuencias. Entre ellas, la bancarrota
de un gran pueblo.
Así naufragan siempre las dictaduras. Así se
liquidan indefectiblemente los regímenes forjados por los llamados
“hombres providenciales”.
Una lección para América Latina. Una lección para Venezuela.
(Semanario Acción Democrática, Caracas, 31 de julio 1943)
Rómulo Betancourt: Hombres y villanos. Mussolini.
Tomado de: http://romulobetancourtbello.wordpress.com/romulo-betancourt-entre-lineas/mussolini-desplome-del-fascismo-fragmento/
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