Fue pues en 1896 cuando la ilustre ciudad de Cumaná, cuna
de grandes ciudadanos, vio nacer al insigne poeta, humorista, orador,
periodista, ejemplo de civilidad.
En
distintos libros, estudios e inclusive publicaciones oficiales como aquella
importante recopilación de sus Obras Completas editadas por el Congreso
Nacional en el año 1973, se ha señalado erróneamente como año de nacimiento del
gran poeta Andrés Eloy Blanco el de 1897, siendo lo correcto el año 1896 (06 de
agosto).
En
tal afirmación se ha incurrido reiteradamente y se hace necesario que
rectifiquemos para que no exista duda al respecto. En tal sentido, uno de sus
principales biógrafos, el escritor Alfonso Ramírez, en su ensayo: “Biografía de Andrés Eloy Blanco y
Memoria de su Época” así lo señala, citando la propia partida de
nacimiento; igualmente me lo ha referido el apreciado historiador sucrense José
Miguel Salas.
Fue pues en 1896 cuando la ilustre ciudad de Cumaná, cuna de
grandes ciudadanos, vio nacer al insigne poeta, humorista, orador, periodista,
ejemplo de civilidad, hombre de celebrado ingenio, valuarte de la dignidad y de
la democracia, de señaladas virtudes patrióticas, intelectuales y humanísticas
para quien la vida representó, como el mismo lo testimonió: “…desvivirse por lo justo y lo bello”.
En
ocasión al traslado de sus restos al Panteón Nacional en 1981 -acto al que
acudimos con profundo recogimiento y amor patrio y sentida admiración por la
vida y obra del poeta-, escribimos un artículo publicado entonces por “El Universal” denominado “Andrés Eloy a la Gloria”,
y fuimos testigos del respeto y fervor popular que se manifestó ese inolvidable
día por las calles de Caracas, desde el Capitolio hasta el propio Panteón en su
homenaje.
De
la misma manera, un entrañable amigo, diputado en la Asamblea Nacional
Constituyente del año 1947, el Dr. Bernardo Rodríguez Llamozas, en muchas
ocasiones compartió con mi persona sus recuerdos sobre aquellas difíciles
reuniones en las cuales brilló siempre la sabiduría, la afabilidad, el
ingenio y la ecuanimidad de Andrés Eloy Blanco, y que fue determinante para la
elaboración de la Constitución de 1947, instrumento político y jurídico que
abrió los cauces democráticos e institucionales del país.
El
talento oratorio de Andrés Eloy destacó con frecuencia en todos los
ámbitos, en la tribuna parlamentaria, en la plaza pública y en la amenísima y
vivaz conversación que constituyó uno de sus grandes dones y que le
ubican, sin duda en nuestro concepto, como uno de los más altos tribunos de
Venezuela del siglo XX, seguido por el intelectual Eloy G. González. Su
inolvidable viuda Doña Lilina, me comentaba una vez que cuando se organizaban
los actos políticos, muchas veces exigían los partidarios para enviar los
pasajes la presencia de Andrés Eloy.
En
una oportunidad su hijo Luis Felipe me refería varios ejemplos de la notable
capacidad oratoria de su padre, y me aportaba ejemplos de momentos estelares en
los cuales se puso en evidencia tan elevada cualidad, entre ellos cuando el presidente
Medina en el curso de una gira por varios países bolivarianos en 1943,
llevó al poeta entre su comitiva y a Andrés Eloy le
correspondió contestar de manera admirable el discurso que entonces
pronunció el académico y político colombiano Luis López de Mesa.
Igualmente, otra de las más altas piezas oratorias de Andrés Eloy, fue el
discurso que pronunció en México en ocasión a la inauguración de la
estatua de Bolívar en esa ciudad, uno de los discursos más significativos
escuchado en tierras aztecas en muchos años.
Por
otra parte, Doña Lilina me refirió también una extraordinaria anécdota de
Andrés Eloy ubicada en la época en la que fue Canciller. Intentaba rodear a
Andrés Eloy las formalidades, el ceremonialismo y el esteticismo propio del
protocolo diplomático, y en un momento en el que nuestro poeta salió de su
oficina en la Cancillería para dirigirse a la Plaza Bolívar, un grupo de
personas se le acercó para saludarlo con expresiones de afecto y llamándolo por
su nombre. Un diplomático peruano que lo acompañaba, sorprendido por el hecho
de que el pueblo se dirigiera al poeta en esa forma, le expresó: “Deberían llamarle Dr. Blanco…”,
a lo cual le respondió el ilustre cumanés: “Dr.
Blanco hay muchos, pero Andrés Eloy soy yo”. Buena lección de este
gran hombre a tanto individuo fatuo y engreído que existe que por detentar un
cierto rango momentáneo se hacen inaccesibles y se consideran indispensables
para el país, al que no saben servir con humildad, aceptando y propiciando
el trato servil de algunos.
En
mi poder se encuentran dos inapreciables documentos que conservo para la
historia de la patria, unos poderes de Andrés Eloy Blanco otorgados en
circunstancias políticas y personales adversas: uno con fecha 9 de diciembre de
1948, mediante el cual nombraba como apoderado suyo a señor Luis Roche,
entonces domiciliado en la ciudad de Buenos Aires, para que el mismo lo
representara: “en todo lo
referente a los haberes que me puedan corresponder por concepto de derechos de
autor intelectual, ya en lo relativo a mis obras o escritos literarios o
políticos y en lo que atañe a la letra de canciones en otras producciones
de que yo sea autor, cobrando en mi nombre las sumas que me hayan correspondido
por concepto de grabaciones, exhibiciones, traducciones y demás manifestaciones
en que figuren obras producidas por mí…”, existentes en Argentina y
en Uruguay; el otro de la misma fecha a favor de su esposa doña Lilina
(Angelina Iturbe de Blanco) y a su hermana Rosario Blanco para: “…administrar mis bienes muebles e
inmuebles, recibir el precio de las operaciones de venta, hipotecar, recibir el
valor de las hipotecas, cancelar hipotecas, recibir cantidades que me adeuden,
otorgando los recibos correspondientes …”, entre otras facultades.
Había sorprendido al poeta en Francia donde se encontraba en cumplimiento de su
tarea diplomática como canciller de Venezuela, el alevoso golpe militar contra
el Presidente Gallegos.
Nuevamente
el poeta dio muestra particular de su austeridad y corrección: disponía
únicamente de sus propiedades inmobiliarias en Venezuela y sus derechos
intelectuales como autor de sus obras literarias, y no de dinero mal habido
como tantos otros indignos usufructuarios del poder con que el pueblo les
enviste.
Tales
son episodios de una vida ejemplar… A escasos días de su muerte en México,
Andrés Eloy publicó su libro: “Giraluna”,
canto admirable para su insospechada despedida, y le entregaron 150 ejemplares
especiales para ofrecer a sus amigos en un acto que Luis Felipe recordaba
haberse realizado en su casa. Un hermoso libro en cuero marrón y letras
doradas, con ilustraciones realizadas por Elvira Gascón. El ejemplar que
conservo con especial celo, fue dedicado por Andrés Eloy al destacado músico
Gilberto Mejías Palazzi en fecha 6 de mayo de 1955, sin imaginar su próximo
final en un insólito accidente de tránsito, cuando tanto se esperaba de él para
la recuperación moral de su patria, la reconquista de sus libertades
democráticas, la vindicación irrenunciable de los derechos de su pueblo.
Tomado
de: -http://eltiempo.com.ve/opinion/otras-voces/anecdotas-y-recuerdos-sobre-andres-eloy-blanco/31437
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