Por nota aparecida el pasado 14 de octubre en el
Diario Últimas Noticias, difundiendo un boletín de la oficiosa Agencia
Bolivariana de Noticias (AVN), los venezolanos, entre tantas
informaciones inquietantes sobre la inseguridad, el desabastecimiento, la
inflación y el colapso de los servicios públicos, nos enteramos de la ¿buena?
nueva que el gobierno constituyó un denominado Instituto de Altos
Estudios del pensamiento de Hugo Chávez que por motivos comprensibles
dirigirá Adán Chávez Frías, hermano mayor del fallecido presidente y, según se
sabe, iniciador y mentor ideológico de quien formuló los fundamentos de la
revolución bolivariana y el socialchavismo del siglo XXI etcétera,
etcétera.
Nadie más calificado que Adán Chávez para dirigir el instituto,
ya que por razones genealógicas conoce más que nadie, exceptuados los
progenitores, el pensamiento del personaje desde su alumbramiento hasta el día
de su muerte.
La información da cuenta que el estrafalario ente
es para “altos estudios”, no “medios” ni mucho menos “bajos”, en
absoluto, que han de difundirse entre las generaciones presentes y
futuras de Venezuela y el mundo para que conozcan el contenido esplendoroso y
el alcance de los aspectos intelectuales, filosóficos, axiológicos, sociológicos,
políticos, económicos, estratégicos, teleológicos y pare de contar, contenidos
en el ideario no suficientemente conocido del comandante eterno. El instituto,
desde luego, es una notable contribución a mantener vivo el recuerdo del
personaje más eminente de estas tierras desde que aparecieron sobre el globo
terráqueo hasta hoy. También es de suponer que será una especie de academia
para que nacionales y extranjeros puedan abrevar en esa manadero inagotable de
sabiduría legado por el ilustre muerto para salvación de la humanidad, suerte
de contribución vernácula a la cultura universal.
En materia de necrolatría se han producido
ocurrencias memorables, todas ellas fracasadas para ventura de la humanidad.
Cuando vi la noticia sobre el instituto Chávez, casualmente releía la biografía
de Lenin escrita por el británico Robert Service, donde narra las iniciativas
de los sucesores del padre de la URSS para inmortalizarlo y, claro, heredar su
legado en todos los sentidos, puesto que los miembros del Politburó esperaban
beneficiarse de su reputación identificándose estrechamente con su figura y sus
políticas. A la rimbombancia de los funerales sobre la momia bañada de llantos
y expresiones exorbitantes del dolor oficialmente decretado, pues a estos
efectos no hacerlo se convirtió en delito, juraron honrar su memoria
eternamente, ordenaron tiradas de libros sobre el pensamiento y obras del
difunto y hasta se creó un Instituto del Cerebro que acometió la labor
de seccionar la masa encefálica de Lenin en 30.000 rodajas para que los
investigadores y científicos determinaran el origen de su genio. Los eventuales
sucesores parecían haber dejado momentáneamente sus diferencias en el olvido,
pero en realidad unos y otros preparaban la escabechina para ocupar el sitial
del líder muerto. Todavía no se había depositado el cuerpo en el ataúd cuando
se inició una competición entre ellos para ver quien tenía el derecho a ser
reconocido como el auténtico heredero de su legado político. El parecido con la
Venezuela de 2014 es pura casualidad.
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