No habían tumbado el hotel Majestic. No habían comenzado a hacer el
silencio. Y el centro cultural Venezolano-Americano estaba en la plaza
El Venezolano. El Centro Cultural Venezolano-Americano convocó por
radio, no había televisión, se va a concentrar el pueblo en la plaza El
Venezolano. Había un hotel que parecía parisino. Ahí en la puerta del
Centro Cultural, Andrés Eloy Blanco, en el portal de esa casa vieja
comenzó un discurso. Yo estaba al lado de Rolando Anzola que era un
hombre chiquito, había estado cinco años preso con Andrés Eloy Blanco,
en el Castillo Libertador, con el capitán Pimentel. Tenía la marca de
los grillos en las piernas. Andrés Eloy dijo: ha muerto Roosevelt, el
que le dio a los Estados Unidos una nube de colores de la democracia,
que transformó la psicología política de su país en este siglo, que
estuvo tratando de cambiar el sistema democrático en toda la América
Latina, fue un hombre visionario.
Y cuando estaba diciendo lo mejor
sobre Roosevelt la gente comenzó a llorar. Y Rolando Anzola que estaba a
mi lado comenzó a llorar y yo que estaba al lado de él también estaba
llorando. Hombres, mujeres y niños estábamos llorando. Porque Andrés
Eloy Blanco era inmenso. Tenía un genio para comprender, para decir las
cosas y para que el pueblo lo entendiera, pero lo hacía con una gran
altura. Cuando la gente estaba llorando, él no lloraba, el decía: Adiós
luz que te apagaste, Tú eras un gallo. Pícalo gallo! y hacía reír a la
gente.
Resulta que Rolando Anzola y yo que estábamos ahí llorando, dijimos:
vamos hasta donde está Andrés Eloy, vamos a buscarlo y fuimos allá.
Andrés Eloy Blanco se quedó como absorbido con aquel discurso imponente y
le dijimos: Mira Andrés, vamos a echarnos un palo, por tu bello
discurso, gran discurso, hiciste llorar y reír. Vamos, dijo, y nos
metimos a la vuelta de la esquina, en un barcito pobre. No había sino
ron. No había plata. Andrés no tenía plata. Tres rones.
Yo le dije: Mira Andrés que gran discurso, el más bello discurso que he
oído. Qué gran discurso. Andrés yo estoy llorando por dentro. A mí me
tiene emocionado. Tú me convences. Tú eres mi hermano mayor, predicador,
místico de la política democrática y le dije otra cantidad de cosas. Y
para qué carajo luchas, tú que eres tan bueno, para complacer a la masa
ridícula.
Vicente porque yo tengo al pueblo venezolano en mi corazón. Cuando yo lo
vi llorando me dio lástima, la quise ver riéndose y puse al gallo a
pelear. Tienes razón, le dije, Andrés tienes razón.
El me decía Bergasi. Andrés me puso el nombre de jefe civil de las nubes
porque decía que yo era muy distraído, pero nunca lo fui.
Cuando me encontré con Andrés Eloy yo vendía su libro La Aeroplana
Clueca. Lo editó el último año de Gómez un señor que murió hace muchos
años llamado Ojeda Pasarrelli. Un hombre que vivía en una casa súper
pobre y yo no tenía donde vivir. El tenía dos hermana y aspiraba a que
yo me casara con una de ellas, seguramente, yo siempre he sido malvado,
si hubieran sido bonitas quizás me hubiera casado con alguna
de ellas. Una era fea y la otra era horrible. Una casa paupérrima, yo me
resbalaba en el baño con el jabón, el piso era de cemento azul. Me dice
Ojeda Pasarelli que estaba editando un libro de Andrés Eloy Blanco,
titulado La Aeroplana Clueca. Un libro de cuentos escrito cuando él
estaba preso, le digo: Yo no tengo nada que hacer. Yo le debo a Caracas
como a veinticinco pensiones.
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