Las cartas estaban echadas sobre
la mesa. El 19 de noviembre de 1948 el alto mando se reunió con el presidente
Rómulo Gallegos para enfrentar una crisis militar que había contaminado todos
los niveles de la institución. En la calle, después de tres años de
confrontaciones y pugnacidad política, existía la impresión de que era
inevitable la caída del gobierno. En el patio del Cuartel Ambrosio Plaza,
Gallegos oyó las peticiones de los jefes militares en la voz del ministro de la
Defensa teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud: “expulsión de RómuloBetancourt; prohibición de regresar al país del comandante Mario Vargas;
remoción del comandante Gámez Arellano jefe militar de Maracay; cambio de los
edecanes del presidente y total desvinculación del gobierno con el partido
Acción Democrática”. Gallegos habló en tono firme y ratificó su decisión
de no aceptar presiones. Antes de marcharse dijo: “les dejo para que tomen una
determinación conforme con mis respuestas. Mi suerte personal está echada y la
de la República queda en manos de ustedes”.
Era una gestión inútil. Desde
meses atrás se extendía una vasta conspiración en las guarniciones y en
la opinión pública creció la certeza de que el derrumbe de Gallegos podría
producirse en cualquier momento. Delgado y Pérez Jiménez visitaron los
cuarteles para informar sobre la reunión con resultados contraproducentes: la
oficialidad una vez informada pensó que era el inicio de represalias y
detenciones contra ellos y que podrían activarse en cualquier momento las
“milicias adecas”, sobre las cuales venía advirtiendo la prensa opositora. El
comandante Mario Vargas (recluido en un sanatorio antituberculoso en Nueva
York), regresó de urgencia para propiciar un arreglo pero contrariamente, ello
impulsó a los golpistas a precipitar el pronunciamiento. José Giaccopini
Zárraga (uno de los artífices del 18 de octubre de 1945), llegó a Caracas desde
Amazonas donde se desempeñaba como gobernador, para reunirse con Gallegos y la
jerarquía militar. Las respuestas que obtuvo después de reuniones con los
militares y el propio Betancourt fueron llevadas al mandatario, quien las
rechazó de plano.
Días antes, Gallegos le había
confesado a Rafael Caldera en una conversación privada: “el hombre de presa nos
acecha”. Betancourt, en la IX Conferencia Interamericana que dio nacimiento a
la OEA en Bogotá, tuvo información de los manejos conspirativos del embajador
de Perón en Caracas, Juan Pedro Vignale y de las conversaciones de un
diplomático peruano con el grupo sedicioso. Desde el diario comunista “Tribuna
Popular”, Gustavo Machado alertaba sobre un inminente “golpe frío”. El diario
copeyano “El Gráfico” consideraba inevitable la fractura y los editoriales de
Germán Borregales con el seudónimo de “Mr. X”, exaltaban la acción castrense.
El 24 de noviembre, desde muy
temprano, Gallegos esperó en la quinta “Marisela” en Altamira el desenlace de
la situación. Después de la reunión del alto mando el 19, no había vuelto a su
despacho. Una misión encargada a Carlos Andrés Pérez, para formar un gobierno
de resistencia en Maracay presidido por Valmore Rodríguez y con el apoyo del
comandante José Manuel Gámez Arellano, tampoco avivaba esperanzas.
A las 12 del mediodía los
insurrectos llegaron a Miraflores. Minutos antes habían ido al Palacio LeonardoRuiz Pineda y Alberto Carnevali. Después de reunirse con el secretario de la
presidencia, Raúl Nass, convinieron en que todo estaba perdido. A los pocos
años les tocaría a ambos dirigir la lucha contra la dictadura. Ruiz Pineda
murió asesinado en 1952 y un año después Carnevali falleció de un cáncer, preso
en la Penitenciaría de San Juan de los Morros. Ya desde la mañana el mayor
Tomás Mendoza encabezaba una sublevación en La Guaira y “La Voz Dominicana”, la
emisora de “Chapita” Trujillo en Santo Domingo, anunciaba el derrocamiento del
gobierno. Minutos después Enrique Vera Fortique a través de la “Radio
Nacional” dio la noticia: “en este momento se está consumando un golpe de
estado contra el gobierno de Rómulo Gallegos”.
Era un desenlace inevitable
producto de varios factores: se imponía el proyecto militarista dirigido por
Pérez Jiménez y en marcha desde el 45; Gallegos, con una inconmovible visión
principista, se negó a negociaciones y concesiones pragmáticas; Acción
Democrática había ejercido el poder durante tres años de manera sectaria y los
partidos de oposición terminaron estimulando la acción golpista. El 24 de
noviembre de 1948 fue un golpe de estado silencioso e incruento. Al día
siguiente se anunció la Junta Militar de Gobierno integrada por los comandantes
Carlos Delgado Chalbaud (como presidente), Marcos Pérez Jiménez y Luis
Felipe Llovera Páez. El único gesto de rebeldía en defensa del gobierno, salvo
manifestaciones aisladas en Caracas, fue el izamiento de una bandera
negra en las puertas de la vieja casona de la Universidad Central.
Una de las interpretaciones más
certeras del hecho es, sin duda, la que ofrece la historiadora Felícitas López
Portillo: “la democracia no estaba en pañales sino en gestación”. Faltaban diez
años todavía para que ocurriera el alumbramiento, el 23 de enero de 1958.
Tomado de: -http://www.abcdelasemana.com/2010/11/26/gallegos-no-negocia/
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