Pertenece a la categoría de las obras
imprescindibles para entender el siglo XX venezolano. En dos tomos, la
Editorial Alfa presenta la extraordinaria visión de Rómulo Betancourt sobre
Venezuela.
De ella publicamos el prólogo que el mismo Betancourt escribiera en 1955.
De ella publicamos el prólogo que el mismo Betancourt escribiera en 1955.
Este
libro ha tenido un proceso de elaboración tan accidentado como la propia vida
de su autor.
Lo
escribí por primera vez entre los años 1937-1939, mientras eludía la policía
política, en la clandestinidad. No se publicó entonces porque ningún editor venezolano
podía correr el riesgo de imprimir un libro de quien se encontraba en situación
comprometida, y comprometedora. Y si en épocas posteriores no se editó fue
porque en los álgidos años que condujeron a Acción Democrática de la oposición
al poder (1941-1945) todo mi tiempo y atención los absorbía la diaria faena
partidista; y, ya en el gobierno (1945-1948), resultaba más útil al país, y más
acorde con mi propio temperamento volcado a la acción creadora, contribuir a
implantar el programa desarrollado en esas páginas que trabajar en rehacerlas y
actualizarlas para su publicación. La única copia en máquina de ese libro que
tenía estaba entre mis papeles personales y desapareció junto con ellos cuando
el 24 de noviembre de 1948, al ser derrocado el gobierno constitucional, una
patrulla de soldados saqueó la casa donde habitaba. Por esa circunstancia, no
se han podido utilizar para el libro que ahora se publica sino algunos datos
del primer borrador, los incluidos en el folleto Una República en venta, impreso en 1937.
Venezuela,
política y petróleo
se ha escrito con las dificultades inherentes a la condición del exilado, y del
exilado trashumante, por añadidura. Papeles, libros de consulta, apuntes, han
viajado conmigo de los Estados Unidos a Cuba, de Cuba a Costa Rica, de Costa
Rica a Puerto Rico. He debido esperar largos meses para reemprender la labor,
mientras las cajas que contenían ese material hacían su demorado tránsito
marítimo. Me faltaron documentos que solo en Venezuela hubiera podido
consultar. Y, además, he realizado este trabajo conjugándolo con la atención a
las inaplazables tareas de quien ha entendido el destierro como obligación de
lucha permanente y no como etapa de contemplativo retraimiento.
No
obstante esos factores adversos, he procurado documentar todas y cada una de
las apreciaciones que se hacen en estas páginas. En ese empeño, así como en el
de evitar que se incurriese en errores de hechos, me han ayudado con el mayor
desinterés personal muchos compañeros de partido. Otras personas, compatriotas
americanos, leyeron los originales y me hicieron observaciones valiosas. Tantos
cooperaron conmigo en este trabajo que correría el riesgo de ser injusto
olvidando a algunos al citar sus nombres. Ha quedado comprometida mi gratitud
con todos.
Considero
un deber prevenir al lector de que no leerá páginas escritas con tersa
serenidad. Están algo distantes del elevado tono profesoral. Personas de toda
mi amistad, sinceras en su preocupación, quisieran verme escribiendo en prosa
más fría y aséptica. Parece que haber sido jefe de Estado compromete a utilizar
el cauteloso lenguaje de los estadistas. No he podido complacerlos. Escribo
como pienso y como siento. Llevo a Venezuela en la sangre y en los huesos; me
duelen sus dolores colectivos, y cuando se trata de hablar de ellos sería un
farsante si jugara a la comedia de la imparcialidad. De allí la pasión confesa
con que analizo los problemas de mi país. Dirán algunos que con esa actitud
nada se “saca”. Y podría contestarles con palabras de otro gran apasionado, don
Miguel de Unamuno, a quien también le dolía su España: “Pero es que no vamos a
sacar, sino a meter; a meter, a enfresar nuestra alma en la de los que la
tienen dormida, o acaso muerta, y que viva allí, y allí, hecha como óleo, arda
y alumbre. Que no hay luz sin fuego”.
Pienso,
con íntima frustración, que no podrán leer este libro compañeros y amigos míos
que ya no viven y quienes me estimularon a escribirlo. Leonardo Ruiz Pineda, en
altos de su azarosa vida de conductor de la resistencia clandestina a la
dictadura, me instaba a terminarlo. Alberto Carnevali alcanzó a trabajar
conmigo, en Cuba, algunos de sus capítulos. Antonio Pinto Salinas y Luis
Troconis Guerrero me enviaron, desde sus escondites en Venezuela donde hacían
vida de topos, datos y referencias que les solicité. En mi casa de La Habana,
Andrés Eloy Blanco, el gran poeta, y Cástor Nieves Ríos y Víctor Alvarado –dos
hombres del pueblo, sin lastre universitario– escucharon juntos la lectura que
en cierta ocasión les hiciera yo de algunas de estas páginas. Con Mario Vargas,
militar civilista y civilizado, discutí en su casa de desterrado, en
Washington, acerca de un Ejército exclusivamente profesional y al servicio de
la democracia, y no amenaza permanente para ella, ideas que se esbozan en uno
de los capítulos. Valmore Rodríguez, desde Quilpué, su última estancia en la
tierra, alcanzó a trasmitirme observaciones suyas a originales que le había
enviado en consulta. Todos murieron ya, unos en el exilio, otros en la cárcel,
otros victimados a balazos por la Seguridad Nacional. Ellos, y otros muchos
más, han caído en la trinchera del deber ciudadano, en este “tiempo del
desprecio” que se inició en Venezuela el 24 de noviembre de 1948. Al dedicar
este libro a su memoria lo hago a plena conciencia del compromiso que adquiero.
Merecería el repudio de mis conciudadanos y el juicio implacable de la historia
si desertare alguna vez de los ideales y objetivos por los cuales ellos
lucharon y murieron.
Creo
que “los muertos mandan”; y no en el sentido que le han dado los reaccionarios
de todas partes a la frase del escritor francés. Mandan, cuando murieron por un
ideal de superación humana, obligando a quienes les sobreviven a jalonar las
etapas que ellos dejaron truncas, cuando se les fue la vida. Es la misma
interpretación porvenirista que del sacrificio de la existencia por una causa
justa hacía José Martí: “La muerte da jefes, la muerte da lecciones, la muerte
nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida”. O la más reciente de Nehru:
“La vida nace de nuevo de la muerte, y los individuos y las naciones que no
saben morir tampoco saben vivir. Solo donde hay tumbas hay resurrecciones”.
Con
la actitud sin arrogancia de quien no practica la autosuficiencia y rechaza
toda forma de dogmatismo, entrego este libro a la discusión y al análisis de
los que se interesan por los problemas sociales de nuestro tiempo.
Puerto
Rico, diciembre 1955.
Venezuela, política y petróleo
Dos tomos
Rómulo Betancourt
Editorial Alfa
Foto: Rómulo Betancourt (1908-1981) / Fotografía de Enio Perdomo, Archivo El Nacional
Tomado de: -http://www.el-nacional.com/papel_literario/Vuelve-Venezuela-politica-petroleo_0_375562467.html
Caracas, 2013
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